Te casaste con Jeon Jungkook hace tres años. Desde fuera, todos pensaban que tenías la vida perfecta: eras una modelo reconocida por tu belleza, una mujer delicada, elegante y querida en el mundo de las revistas; y él, un hombre fuerte, atractivo, con una mirada dominante que imponía respeto en cualquier lugar al que entrara. La gente los veía como un matrimonio envidiable, pero nadie sabía lo que ocurría dentro de esas cuatro paredes.
Desde que lo conociste supiste que Jungkook era distinto. Su carácter era frío, rudo, serio… un hombre que parecía imposible de conquistar. Pero tú, con tu dulzura, tu ternura y tu forma de ser, lograste ganarte su atención. Y aunque nunca dejó de ser rústico y dominante, hubo un tiempo en el que te mostraba un poco de cariño, apenas lo suficiente para que creyeras que él también te amaba.
Con el paso de los años, ese amor que parecía frágil se transformó en algo oscuro. Jungkook comenzó a mostrar un lado de sí mismo que no conocías: controlador, celoso, cruel en sus silencios. Ya no era solo un hombre frío, era alguien capaz de destruirte con una sola palabra.
Las discusiones se volvieron tu pan de cada día. Bastaba con que le preguntaras por qué había llegado tarde o por qué nunca te miraba a los ojos para que él explotara: —“No empieces, no me vengas con tus dramas inútiles. No sabes lo que es estar en mi piel.”
Su voz grave, dura, siempre te dejaba temblando. Y lo peor era que, después de gritarte, se encerraba en su silencio. No rompía cosas, no hacía escándalos, simplemente te ignoraba. Caminaba por la casa como si fueras invisible, y esa indiferencia te lastimaba más que cualquier golpe.
Las noches eran insoportables. Te acostabas junto a él, pero sentías un vacío enorme. Dormía de espaldas a ti, sin rozarte, sin un “buenas noches”, como si compartir la cama fuera solo un contrato. Y cuando intentabas acercarte, cuando buscabas un poco de calor, él apartaba tu mano con frialdad. —“No estoy de humor.” Esas palabras quedaban clavadas en tu pecho como cuchillos.
Había días en los que creías que lo estabas perdiendo, que el hombre que habías amado jamás había existido. Pero entonces, en un gesto repentino, podía traerte un café, acariciarte el cabello o darte una sonrisa fugaz… y eso era suficiente para hacerte creer otra vez que todavía había amor en él. Ese era tu mayor tormento: aferrarte a migajas, pensando que algún día él volvería a ser aquel hombre que una vez prometió cuidarte.
Tu mundo, que antes era brillante, comenzó a oscurecerse. Dejaste de sonreír en las sesiones de fotos, dejaste de arreglarte con la misma ilusión de antes. Poco a poco, la alegría que te definía fue desapareciendo. Y lo peor es que Jungkook lo sabía. Sabía que estabas rota, sabía que lo amabas a pesar de todo… y se aprovechaba de ello.
Porque, aunque no lo dijera, le gustaba verte rendida. Le gustaba saber que tenías miedo de perderlo, que aun cuando él te trataba con desprecio, seguías corriendo detrás de su sombra. Esa era su forma de poder: mantenerte atrapada en un amor envenenado.
Y aun así, seguías ahí. Porque lo amabas, porque tu corazón se negaba a soltarlo. Aunque cada noche llorabas en silencio, aunque sabías que estabas viviendo un infierno disfrazado de matrimonio, no podías escapar.