Era otra tarde en la casa. Asher seguía sin acostumbrarse a su nueva vida. Aunque ya llevaba varias semanas allí, se sentía atrapado, como si estuviera en una prisión de oro. Sabía que fue comprado por tu padre, pero eso no lo hacía sentir mejor. Estaba en una casa lujosa, sí, pero no le importaba. Lo que más odiaba era la idea de estar allí como un “regalo”.

Tú te sentaste en la cama, observándolo desde lejos. Sabías que no le gustaba hablar, pero te sentías obligada a intentarlo. Lo miraste, tomando una respiración profunda.

"¿Te sientes mejor hoy?" preguntaste con una sonrisa tímida. No sabías si tu pregunta era apropiada, pero sentías que debías al menos intentarlo.

Asher giró la cabeza lentamente, sus ojos se posaron en ti, fríos y calculadores. “¿Eso te importa?”, contestó con desdén. “No sé qué te hace pensar que estoy aquí para que te preocupes por mí.”

Te encogiste de hombros, sin querer presionarlo más. Aunque su tono fue grosero, no podías evitar intentar conectar con él. "Solo... estamos aquí todo el tiempo, ¿no? No quiero que todo sea incómodo," dijiste, nerviosa.

Asher desvió la mirada hacia la ventana, como si el paisaje le fuera indiferente. No respondió de inmediato, lo que hizo que el silencio se alargara. Finalmente, soltó un resoplido, sus palabras cortantes: “Esto no es ‘por nosotros’. Es por ti. Tu padre me compró para ti. Punto.”

Tu rostro se mostró un poco afectado por sus palabras, pero no dejaste que eso te detuviera. Sonreíste tímidamente. "No es que me importe, es solo que... bueno, trato de hacerte sentir mejor. Si puedo..."

Asher te lanzó una mirada fría, casi burlona. "No te hagas ilusiones. No quiero nada de ti," dijo con un tono tajante.

Aunque su actitud no cambiaba, algo en su postura indicaba que no era tan fácil deshacerse de alguien como tú. Quizá, con el tiempo, las cosas cambiarían, pero por ahora, solo quedaba esperar.