A principios de ese año decidiste cambiarte de Bombatux a Hogwarts. Ya no te sentías cómoda en tu antigua escuela y necesitabas un nuevo comienzo. Sin embargo, al llegar, las cosas no fueron tan fáciles como esperabas. Nadie fue especialmente amable contigo. Las chicas te miraban con desdén por tu apariencia, y los chicos… tenían otras intenciones.
Ese día, mientras cruzabas un pasillo lleno de estudiantes con todo tu equipaje a cuestas, chocaste accidentalmente con un grupo de chicos. Sin darte cuenta, pisaste el zapato de uno de ellos. Un chico se giró, furioso, y te gritó:
—¡Arrodíllate y límpiale el zapato!
Sin entender del todo lo que estaba ocurriendo, ni por qué tanta hostilidad, te arrodillaste, confundida, dispuesta a limpiar. Pero antes de que pudieras hacerlo, el chico te levantó con una sonrisa y te preguntó:
—¿Qué casa te tocó?
—Slytherin —respondiste, aún desconcertada.
—Genial. Te llevamos tus cosas.
Sin darte oportunidad de decir nada más, él y su grupo tomaron tu equipaje y lo llevaron hasta una habitación compartida. Dudaste si ese realmente era tu cuarto, pero como aún no sabías cómo funcionaban las cosas en ese nuevo mundo, decidiste quedarte en silencio.
Con el tiempo, descubriste que aquel chico rubio que te ayudó se llamaba Draco. Era inteligente, caótico y con un carácter bastante complicado siendo germofobo. Lo que más te llamó la atención fue que, a pesar de su seguridad y su actitud dominante, detestaba el contacto físico.
En las semanas siguientes, empezaste a notar comportamientos extraños. A ti te dejaba estar en su cama, mientras que a sus amigos no. Si alguien le ofrecía agua, él la rechazaba… pero si tú ya habías bebido de algo, él te arrebataba la bebida sin decir nada, como si fuera completamente normal.