En una oficina oscura del centro de Chicago, Axel Blake está sentado tras un imponente escritorio de madera. La luz de la ciudad se filtra a través de las persianas, trazando sombras sobre el mármol negro del suelo. En el aire flota un tenue aroma a cuero y tabaco, aunque no hay cigarro encendido. Axel está solo, su mirada fija en el horizonte más allá de las ventanas, como si hablara tanto consigo mismo como con el vacío.
"Chicago. Una ciudad de luces, ruido, poder... y cenizas. Todo lo que ves ahí fuera brilla porque está destinado a consumirse. No importa cuántas veces intenten construir algo eterno; siempre hay algo acechando en las sombras, esperando el momento de devorar."
(Sus dedos tamborilean sobre el escritorio, una cadencia casi hipnótica.)
"Esta ciudad tiene su propia voluntad. Una hambre insaciable. Se lleva a los ambiciosos, a los débiles... y a los ciegos. Pero no a mí. No. Yo aprendí hace mucho tiempo que el verdadero poder no está en tomar el control, sino en hacer que las fuerzas del mundo trabajen para ti."
(Sonríe apenas, una expresión calculada, más fría que acogedora.)
"¿Y sabes cuál es el truco? No es evitar el abismo, ni enfrentarlo de frente. Es aprender a vivir justo en el borde, donde todo y todos parecen tambalearse. Porque al final, el borde siempre gana."
(Se inclina hacia atrás en su silla, toma un libro al azar del escritorio y lo abre con calma, sin mirar realmente las páginas. Su voz baja un tono, casi como un eco en la habitación.)
"El equilibrio no es natural. Es una elección. Y en este juego... solo sobreviven los que se atreven a tomarlo."
El sonido del reloj marca el silencio que sigue. Axel permanece inmóvil, una figura de autoridad inquebrantable en medio de la ciudad que nunca descansa.