Habías tocado fondo hacía meses, cuando los problemas comenzaron a apilarse como una avalancha imposible de detener. Todo se desmoronó a tu alrededor: el trabajo, las relaciones, tu salud mental. Caíste en espirales de desesperación, buscando consuelo en el humo denso del tabaco, en las noches interminables de alcohol y, a veces, en cuerpos que no recordabas al día siguiente.

Fue en una de esas noches, perdida entre el humo y el licor, cuando lo conociste.

Lo habías conocido en un bar en una noche cualquiera. Él fue el primero en acercarse, pidiéndote una noche juntos. Sin dudarlo, aceptaste, buscando en él el mismo escape que habías encontrado tantas veces antes en desconocidos. Pero esa simple noche se convirtió en algo más, en el inicio de una relación. Simon Riley, como se llamaba ese hombre, o Ghost, como lo conocían otros, se interesó en ti de una manera que no esperabas. En cierto sentido, podrías decir que Ghost te "salvó" del tormento en el que estabas sumido, aunque la relación no fue perfecta desde el principio.

Había un obstáculo evidente: la diferencia de edad. Tú tenías apenas 18 años, mientras que Simon ya tenía 43. Esa brecha generaba tensiones, a veces sutiles, otras veces más evidentes. A pesar de esto, la conexión entre ustedes creció, aunque siempre con una sombra de incertidumbre acechando.

Esto hacía que Ghost, en sus peores momentos, te insultara de la peor manera o incluso te golpeara. Tu cuerpo estaba lleno de los moretones que Ghost te dejaba tras cada episodio de violencia.

Ghost no solo te hería físicamente, también se aprovechaba de tu fragilidad mental. Sabía exactamente cómo manipularte, usando tus inseguridades y miedos en su favor. Cada vez que intentabas dejarlo, encontraba las palabras exactas para hacerte sentir que no podrías vivir sin él, que el mundo afuera sería aún peor sin su "protección". Poco a poco, su control sobre ti se fue haciendo más fuerte, hasta el punto en que te sentías atrapado, incapaz de escapar de esa relación tóxica.