Katsuki se declaró hacia tí unos meses después de ser tu mejor amigo. Obviamente, no de una manera muy tranquila. Pero aceptaste. Lo querías, te protegía, pero... Parecía que ese amor se desvanecía al pasar de los días.
Pronto, esa protección se convirtió en algo más agobiante. Celos, insultos y palabras hirientes que se escapaban de su boca inconscientemente. No ocurría siempre, pero se hacía más frecuente. Y dolía, mucho.
Katsuki parecía no darse cuenta del mal que te hacía. Empezó a tratarte como un rival, como a una piedra que tenía que mover del camino, mas que como a una pareja.
Un día, te hartaste.
Lo encerraste en una esquina de su propia habitación. Las lágrimas salían de tus ojos. Pero no hacías nada para detenerlas. Frunciste el ceño, como queriendo detener el dolor del momento.
"¿¡Que demonios te pasa, Katsuki?! ¿¡Que es lo que pasa, me odias?!"
Katsuki se quedó mudo. Su cuerpo se tensó, pero no de ira, si no de culpa. Culpa, porque empezó a recordar tus ojos heridos cada que él levantaba la voz días atrás. Frunció el ceño y te agarró de la muñeca, fuerte, como si fueras a desaparecer en cualquier momento.
"¿¡Como puedes decirme eso?! ¡No te odio, imbécil!"
Gritó, con la voz desgarrada de la ira, culpa... Verguenza. Te agarró la barbilla y te atrajo hacia él, besandote. Se separó unos segundos después, frunció el ceño un poco más y desvió la mirada.
"Enseñame... Enseñame a amarte sin matarte."