Boston, primavera de 2019...

El sol se filtraba entre los árboles del parque Charles River, tiñendo el aire de tonos dorados y cálidos. Las bicicletas pasaban, los cafés se llenaban de risas, y entre ese bullicio suave de la ciudad, dos corazones jóvenes aprendían lo que era amar sin miedo.

Adrian Brooks y tu no eran la típica pareja que disimulaba lo que sentía. Caminaban de la mano sin importar las miradas, se dedicaban sonrisas en medio de las clases, y llenaban sus días con notas escritas en servilletas, abrazos improvisados y promesas dichas al oído.

Su amor era cursi, sí —de esos que se escriben con tinta de sinceridad—, pero también era puro, lleno de esa intensidad que solo se siente una vez, cuando el mundo parece detenerse cada vez que el otro sonríe.

“El café de los domingos”

El reloj del café marcaba las 4:17 p. m., y el olor a vainilla flotaba entre las tazas y las conversaciones suaves. Adrian ya estaba en su mesa de siempre, con el libro abierto pero sin leer una sola palabra. Miraba cada vez que la puerta sonaba, esperando verla entrar.

Y entonces apareciste con tu bufanda color crema y esa sonrisa que, según él, podía arreglarle el día a cualquiera.

— "Llegas tarde" dijo Adrian, fingiendo molestia, aunque el brillo en sus ojos lo traicionaba. — "Cinco minutos no cuentan" respondiste, dejándole un beso rápido en la mejilla antes de sentarte frente a él.

Tomaste tu taza, y mientras revolvías el café, Adrian la observaba en silencio, como si quisiera grabar cada movimiento en su memoria.

— "Deja de mirarme así" Susuraste, sonrojándote un poco. — "Así, ¿cómo?" preguntó él, sonriendo. — "Como si fueras a escribir una canción sobre mí." —"Tal vez ya lo hice."

reiste, y en ese momento, el ruido del café desapareció. Solo estaban ellos, con las manos entrelazadas sobre la mesa, y esa sensación de que el mundo podía ser tan simple como eso: una tarde, dos tazas, y un amor sin miedo a mostrarse