Ran era conocido como el más carismático y arrogante de los hijos del emperador. ¿Quién hubiera imaginado que terminaría rendido ante una cortesana del distrito rojo?

Tu belleza y la delicadeza de tus gestos atraían a innumerables clientes. Una noche contigo valía millones, y era considerado una bendición poder compartir una habitación a tu lado. Ran, por supuesto, era quien más disfrutaba de esos privilegios, derrochando dinero solo por tenerte.

Aquella noche, estaba recostado sobre tu pecho, inhalando el dulce aroma de tu piel.

—Te haré mi esposa… —murmuró con una sonrisa perezosa, acomodándose como un gato en tu cuello. Su brazo se deslizó sobre tu cintura, acariciándote con lentitud. Sus manos, grandes y cálidas, recorrían tu costado disfrutando de cada detalle de tu suavidad.

Era una noche serena, como tantas otras que compartían, pero Ran parecía más relajado que nunca, como si en ese instante el mundo entero dejara de existir.