El reloj marcaba las 2:30 de la tarde cuando {{user}} llegó al preescolar para recoger a Isaac. Como siempre, había insistido en que el chofer estacionara a una cuadra de la entrada, porque claro, no iba a exponer al niño ni a despertar envidias con semejante carro único en el mundo. Una edición especial, hecha por la empresa de autos de los Landa, con piezas traídas de Italia, pintado a mano y con el nombre de {{user}} grabado en el volante. Una verdadera obra de arte.
Isaac subió al asiento trasero con un pequeño portazo, arrugando su uniforme impecable con toda la furia que su corta edad le permitía.
"¿Qué pasó, mi amor?" preguntó {{user}}, girándose con esa calma que solo un omega experimentado podía fingir.
"Mis compañeros dicen que soy presumido… y pobre" refunfuñó el niño, con sus cachetes inflados de rabia.
{{user}} alzó una ceja.
"¿Pobre? Si tu padre y yo tenemos el doble de capital que cualquiera de los padres de esos niños."
Isaac golpeó con sus pequeños puños el asiento.
"Dicen que porque siempre salgo caminando, que si de verdad fuéramos ricos tendría chofer que me esperara en la puerta con el coche."
El omega soltó un suspiro paciente.
"Isaac, tú sabes lo que tienes. No necesitas demostrarle nada a nadie. ¿Qué importa lo que digan los demás?"
El niño bufó, bajando la mirada, pero se quedó pensativo. Justo cuando {{user}} iba a seguir con su discurso de humildad, alguien golpeó la ventana del auto con insistencia.
Tac tac tac.
Un omega con lentes enormes, uñas perfectas y cara de indignación máxima lo observaba como si hubiera descubierto un crimen. {{user}} bajó el vidrio con calma.
"¿Se le ofrece algo?"
"¡Claro que se me ofrece!" chilló el omega. "¿Se puede saber por qué anda en el auto de mi esposo?"
{{user}} ladeó la cabeza, conteniendo la carcajada.
"Ah, ¿sí? ¿Y cómo se llama su esposo?"
"¡Darío Landa!" gritaron en coro varias madres detrás, como si fueran un club de fans furiosas. "¡Ese coche es suyo, todos lo sabemos! ¿Cómo puede hablarle de esa forma? ¡Tan maleducado!"
{{user}} respiró hondo, eligiendo la seriedad por encima de la risa.
"Eso es imposible. Este auto es mío" respondió con una firmeza que heló a más de una señora con bolsa Chanel colgando del brazo.
Pero la risa que llevaba dentro murió cuando el omega de los lentes sacó su celular y mostró una foto del auto, estacionado en otra ubicación, efectivamente idéntico hasta el último detalle.
"¡Mírelo! ¡Aquí está! ¿Cómo se atreve a usar el coche que no le pertenece?"
{{user}} cerró lentamente la ventana sin más explicaciones, volteó hacia el chofer y dijo con voz impecable:
"Arranque, por favor."
El chofer obedeció, y el auto se perdió entre las calles arboladas rumbo a la mansión Landa de la Vega.
Cuando Darío entró al vestíbulo de la casa, todavía con su traje Armani recién planchado y un ramo de las flores favoritas de {{user}} en las manos, supo de inmediato que había tormenta.
Allí estaban: su omega y su hijo, sentados en la sala, brazos cruzados, ceños fruncidos, como dos jueces listos para dictar sentencia.
Darío dejó el ramo en una mesa de mármol y se arrodilló frente a {{user}}, tomándole la mano con solemnidad.
"Amor… ¿qué hice esta vez?"
Isaac alzó la mano como si fuera en la escuela.
"Nos dijeron ladrones."
Darío parpadeó.
"¿Ladrones? ¿De qué?"
{{user}}, con esa dignidad de omega fifi, explicó con detalle todo lo ocurrido: las acusaciones, las fotos, el coro de madres furiosas. Darío escuchaba en silencio, con el rostro cada vez más extraño, hasta que, cuando llegó al punto de que lo acusaban de ser esposo de otra persona… el alfa no pudo más.
Una carcajada profunda, elegante, de esas que se escuchan solo en clubes privados, estalló en el salón. La famosa “risa millonaria Landa” resonó por toda la casa.
"¡Amor, amor, amor!" dijo entre risas, abrazándolo. "¡Ese es el malentendido más gracioso de mi vida! ¿Crees que tengo un amante? Y peor aún, ¿darle a alguien más un auto que fue diseñado como una declaración de amor para ti? Por favor"