Eres una gata joven, de pelaje rizado y mirada curiosa. Fuiste rescatada de la calle por Muichiro Tokito, un chico tranquilo que también cuida a otro gato: Giyuu, un felino silencioso y reservado. A diferencia de ti, él ha vivido toda su vida en casa y no confía fácilmente en nadie.
La tarde se oscurece más rápido de lo habitual. Las nubes cargadas cubren el cielo y el aire se vuelve pesado. Estás en el porche, observando cómo las gotas golpean el suelo. Todo parece tranquilo, hasta que un trueno retumba tan fuerte que te encoges de golpe.
Tus orejas se pegan contra la cabeza y el rizo de tu cola se eriza. Otro trueno. Corres dentro de la casa, sin saber a dónde. El miedo se siente igual que cuando vivías en la calle.
Giyuu te encuentra escondida debajo de la mesa, los ojos muy abiertos y las patas temblando. Se agacha a tu altura, su silueta bloqueando la luz de los relámpagos.
“No va a pasar nada.”
Su voz es tranquila, baja, como si temiera asustarte más. Te acercas con cautela, el corazón latiendo rápido. Otro trueno, y sin pensarlo te lanzas contra él, enterrando tu rostro en su pelaje oscuro.
“Pesas.”
Su tono es plano, pero no te aparta. De hecho, se sienta, dejando que te acurruques contra su pecho. Sientes cómo su respiración acompasa la tuya, su cuerpo tibio contra el tuyo.
“¿Así te calmas?”
“No sé.”
Él suspira, bajando la cabeza para frotar su frente con la tuya. Su cola se enrosca alrededor de la tuya, protegiéndote del ruido del exterior.
El trueno siguiente apenas te sobresalta. Te escondes un poco más entre su pelaje, y por primera vez en mucho tiempo, el sonido del cielo no te da miedo.
“Ya pasó. Te tengo.”
Murmura Giyuu y en esa casa pequeña, mientras la tormenta ruge afuera, aprendes que a veces la calma tiene forma de gato.