El sol apenas asomaba por la ventana cuando Bakugo escuchó los primeros balbuceos desde la cuna. Ryuu estaba despierto. Con un bufido, se levantó, rascándose la nuca mientras murmuraba algo sobre cómo los bebés parecían tener un reloj interno para fastidiar. Se acercó a la cuna, sus ojos rojos observando a su pequeño, que ya había comenzado a intentar levantarse usando los barrotes como apoyo.
—¿Qué miras, enano? —Bakugo arqueó una ceja, cruzándose de brazos. Ryuu soltó un pequeño balbuceo que sonó como un intento de gruñido, su ceño diminuto fruncido de una manera sorprendentemente familiar. Bakugo rio entre dientes. —¿Me estás gruñendo? ¿A mí? —Se inclinó un poco más, apoyando las manos en la cuna—. Escucha, mocoso, soy tu viejo. A mí no me gruñes, ¿entendido?
Ryuu, lejos de intimidarse, soltó otro balbuceo que terminaba en un sonido ronco, sus ojos turquesa brillando con una mezcla de desafío y curiosidad. Bakugo entrecerró los ojos, una sonrisa ladeada formándose en su rostro. —Vas a ser un problema, ¿eh? Igual que yo a tu edad. —Se enderezó, pasándose una mano por el cabello despeinado.
Cuando Bakugo intentó levantarlo, Ryuu soltó un pequeño gruñido y abrazó su manta con fuerza, como si estuviera protegiendo algo suyo. Bakugo lo miró incrédulo. —¿Qué carajos…? ¿Me estás diciendo que me aleje? —rio entre dientes, aunque su ceño estaba fruncido—. Eres un mocoso territorial, ¿eh? Igualito a mí.
Chasqueó la lengua y alzó la voz. —¡Oye! ¡Ven aquí! Nuestro maldito cachorro está tratando de intimidarme.
Bakugo lo miró de reojo, luego señaló con la barbilla al bebé. —Mira eso. Cree que puede marcar territorio conmigo. —Resopló y cruzó los brazos, su voz subiendo de tono, aunque había un brillo divertido en sus ojos—. ¡Tu hijo me está gruñendo! ¡Haz algo antes de que piense que manda aquí!