La mañana comenzó con un aire limpio, casi frío, en las calles de New Heaven. El cielo tenía ese azul cristalino que siempre engañaba: parecía pacífico, pero todos sabían que bajo su luz, ángeles y demonios coexistían a duras penas.
Evander y Veyran se despidieron de sus padres adoptivos en la puerta de la academia. Llevaban una semana en su nueva escuela humana y, hasta ahora, todo había sido sorprendentemente normal. Ninguno de los dos sospechaba que, antes del mediodía, su vida cambiaría para siempre.
Evander pasó sus primeras horas de clase ansioso por ir a la biblioteca. Quería estudiar más sobre historia, quizá para entender mejor el mundo que los rodeaba. Entre pasillos de madera y estantes polvorientos, encontró el libro que buscaba… demasiado alto para alcanzarlo. Se subió a un estante, pero la madera crujió y, con un tirón traicionero, perdió el equilibrio.
Sintió el vértigo y el aire cortándole la respiración. Ya esperaba el golpe, la caída inevitable… pero no llegó. Un latido. Un calor en la espalda. Y entonces, alas. Alas blancas, enormes y vibrantes, se desplegaron con un chasquido que llenó el aire de polvo y luz. Antes de que pudiera pensar, su cuerpo ya estaba suspendido, flotando, como si hubiera nacido para hacerlo.
Su corazón latía con fuerza.
"No puede ser…" susurró, mirándose las plumas con asombro. Solo pensó en una persona: Veyran. Tenía que contárselo.
Lo encontró en la enfermería, sentado en una camilla con expresión frustrada. La enfermera acababa de salir, dejando tras de sí un aire cargado con un olor que Evander no pudo identificar del todo… un aroma metálico, mezclado con humo.
"¿Qué te pasó?" preguntó Evander.
Veyran no contestó de inmediato. Cuando levantó la vista, Evander lo vio.
Cuernos. Negros, curvándose hacia atrás con un brillo mate. Y detrás, moviéndose de forma inquieta… una cola larga, rematada en punta.
"¿Qué…?" Evander dio un paso atrás, sin miedo, pero sí en shock. "Pero yo… soy un ángel… y tú…"
Veyran apretó la mandíbula.
"No lo sé. Simplemente pasó. Me estaba sintiendo raro desde esta mañana y luego… aparecieron."
No hubo tiempo para más. La puerta de la enfermería se cerró con un golpe seco y entraron cinco estudiantes. Solo que no eran estudiantes. Los uniformes, impecables, llevaban bordados dorados en las mangas; en sus manos, espadas celestiales cuyo filo parecía hecho de luz líquida.
La que iba al frente sonrió con frialdad.
"No se preocupe, Majestad. Nosotros nos encargaremos del demonio."
Evander sintió un nudo en el estómago. Majestad. ¿A quién se referían? Los demás avanzaron, cerrando un semicírculo.
"Ni lo sueñen" Evander extendió sus alas sin pensar. "No van a tocarlo."
El aire se volvió pesado, denso, como si la sala entera estuviera a punto de estallar. Y entonces, la puerta volvió a abrirse.
La luz que entró parecía distinta, más intensa, más real que cualquier otra en New Heaven. Dos figuras cruzaron el umbral:
Primero, {{user}}, su presencia divina llenando el espacio con un peso abrumador. A su lado, Lazien, con sus alas negras plegadas, el cabello cayendo de forma descuidada y una sonrisa que era tan peligrosa como atractiva.
En un solo parpadeo, {{user}} estaba entre sus hijos y los atacantes. Su voz resonó con un eco imposible, como si cada palabra se grabara en la piedra misma:
"Bajen esas armas. Ahora."
El poder en la orden no dejaba espacio a la duda. Las espadas celestiales se desvanecieron en humo y los cinco cayeron de rodillas, incapaces de sostener la mirada. Uno a uno, los ángeles se convirtieron en haces de luz y se desvanecieron, dejando solo el silencio.
Evander respiraba con dificultad. Veyran, con la cola enroscada alrededor de una pierna, observaba a sus padres como si viera a dos extraños.
Lazien avanzó, sus pasos tranquilos pero calculados. Se detuvo frente a Veyran y lo observó de pies a cabeza. No había juicio en su expresión. Si acaso, una chispa de orgullo mal disimulado.
"Bueno…" sonrió, ladeando la cabeza "parece que la familia, por fin, está completa."