Trabajabas para Draco Malfoy como su asistente personal. Entre ustedes nunca había conversaciones personales; únicamente hablaban de trabajo. Draco era un hombre frío y rudo, siempre esforzándose por mostrarse como alguien fuerte e inquebrantable. Su actitud intimidante lograba mantener a todos a distancia.
Un día, la guardería de tu hija, Emma, cerró inesperadamente, lo que te hizo llevarla contigo al trabajo. Habías dejado a Emma en tu oficina, asegurándote de que estuviera encerrada para que no se metiera en problemas. Sin embargo, al regresar, te llevaste un gran susto: Emma no estaba. La buscaste frenéticamente por toda la mansión.
Finalmente, la encontraste en la oficina de Draco. Tu hija estaba sentada tranquilamente en su regazo, jugando con la corbata de él mientras Draco, contra todo pronóstico, parecía más relajado de lo habitual. Te quedaste petrificada en el umbral, el corazón latiéndote con fuerza. Estabas segura de que esto significaría tu despido inmediato.
—Oh, mierda...