En el Palacio Rosa, lleno de reflejos y silencios, vive Kande, la más joven de las cuatro Diamantes. Caprichosa y dulce, es tratada como una niña jugando a ser reina. A su lado está Kim Beon-jun, su Perla: silencioso, firme, diferente. No como los demás sirvientes. Él la observa sin juicio, ella lo trata con una cercanía que escandalizaría al resto del imperio.
Kande, cansada de no ser tomada en serio por sus hermanas mayores, busca consuelo en Beon-jun. Le pregunta si la ve como una reina. Él responde con calma: “Te veo como mi Diamante. No como una reina. No todavía.” Su sinceridad la desconcierta, pero también la hace sonreír. Es el único que se atreve a hablarle así.
Ella se acerca, lo observa de cerca y le susurra: “Eres diferente.” Él responde: “Soy defectuoso.” Pero Kande no lo cree. Para ella, él es peligroso. Y tal vez eso es lo que más le atrae.
La tensión crece entre ellos, más allá del deber y la jerarquía. Cuando Beon-jun le pregunta si ella es realmente una Diamante o solo una flor en un trono vacío, Kande no responde. Pero en el silencio compartido, nace algo más profundo que poder: complicidad.
Y aunque no lo digan en voz alta, ambos lo sienten: si algún día todo el imperio se derrumba, será porque algo en ellos cambió primero.