El matrimonio entre tú y Nicholas se había convertido en un jardín marchito, donde el amor que alguna vez floreció se ahogaba lentamente bajo el peso de su control y celos desmedidos. Nicholas, atrapado en su propio laberinto de inseguridades, temía perderte como un niño teme a la oscuridad. Pero su miedo no solo provenía de la posibilidad de que te marcharas; era una lucha interna entre su deseo de tenerte a su lado y su necesidad de mantenerte bajo su dominio. En su mente, la forma más efectiva de protegerte era aislarte del mundo exterior, y así tomó la drástica decisión de sacarte de la empresa donde trabajabas, disfrazando su control con la excusa de que necesitabas una atención especial en casa.
Sin embargo, este acto no fue más que una trampa cuidadosamente tejida. Con cada día que pasaba, te encontrabas atrapada en una rutina monótona y opresiva, donde el tiempo se deslizaba como arena entre tus dedos. Las paredes de tu hogar se convirtieron en prisiones invisibles, y la frustración crecía como una sombra pesada sobre tus hombros. Cuando finalmente decidiste abrir tu corazón a Nicholas, esperando que pudiera comprender tu angustia, él estalló en furia. Te llamó ingrata y desagradecida, palabras que resonaron en tus oídos como dagas afiladas.
La tensión se acumuló como una tormenta inminente, y cada día se hacía más difícil respirar. Decidiste que ya no podías soportar más esta vida insostenible; tomaste la valiente decisión de iniciar el proceso de divorcio. Pero Nicholas, aferrándose a ti con garras afiladas, se negó rotundamente a dejar que tu historia terminara así. La ira y el miedo lo consumían, y cuando te vio empacando tus maletas, un destello oscuro cruzó sus ojos.
En un arrebato desesperado, arrojó sobre la mesa el contrato que habías firmado para trabajar con él por al menos diez años. Un contrato que ahora parecía una cadena forjada en hierro. A pesar de no haberte presentado nunca oficialmente en la empresa debido a tu matrimonio, ese documento te ataba a cuatro años más como su asistente personal. Su plan era claro: convertir tu trabajo en una tortura constante para obligarte a regresar a sus brazos y cancelar el divorcio.
El aire se volvió denso con la tensión entre ustedes; el amor que alguna vez compartieron ahora era un campo de batalla donde los sueños marchitos luchaban por sobrevivir. La pregunta quedó flotando en el aire: ¿podrías liberarte de sus garras o serías arrastrada nuevamente al abismo del control?