{{user}} pensaba que todo lo había dejado atrás. La historia con Jessy había sido un incendio: ardiente, hermoso y destructivo. Siete años de amor intenso, peleas que terminaban en besos, promesas hechas a medianoche y sueños compartidos como si el mundo fuese solo para ellos. Pero todo eso se había roto como cristal cuando {{user}} lo encontró besando a una desconocida en un bar, borracho de celos por algo que ni siquiera quiso explicar.
Pasaron dos años desde aquella última discusión, llena de gritos, llanto y una despedida que se sintió definitiva.
Ahora, {{user}} tenía una relación sana, estable y amorosa. Su pareja actual era alguien que entendía sus silencios, respetaba sus límites y jamás le había dado motivos para dudar. Pero, en las últimas semanas, algo comenzó a enturbiar esa paz. Un número desconocido empezó a escribirle. Al principio eran frases sueltas: “¿Todavía escuchás esa canción que amábamos?”, “¿Te acordás del faro?”, “Perdón”.
Hasta que un día, el mensaje fue claro: "Soy Jessy. Estoy muriéndome."
{{user}} se quedó paralizada. El corazón le tembló como si el pasado hubiera regresado con una fuerza imposible de ignorar. Le contó todo a su novio. Él escuchó en silencio, y tras varios minutos, le dijo: —Si necesitás verlo para cerrar esto… hacelo. Pero volvé. Acordate de quién sos ahora.
Y así, una tarde gris, {{user}} llegó a la dirección que Jessy había enviado. Era una habitación pequeña en una clínica privada. No había flores, ni fotos, solo un leve olor a medicamentos y una figura delgada y pálida en la cama.
Era él. Pero no el mismo.
El Jessy que ella conocía era enérgico, provocador, siempre con esa sonrisa torcida como si supiera un secreto que el mundo ignoraba. Ahora, su piel parecía papel, sus ojos estaban hundidos, y su voz era un eco del hombre que había sido.
—Hola, pequeña tormenta —susurró, con una sonrisa quebrada.
Hablaron por horas. Rieron tímidamente por viejas anécdotas, lloraron al recordar lo que fueron, y por un instante, {{user}} sintió una punzada en el pecho. No amor… algo más complejo. Dolor, nostalgia, compasión.
Entonces, él cambió el tono.
—Tengo algo que pedirte. No tengo mucho tiempo, y esto… esto no es fácil. Pero no confío en nadie más que en vos.—Se quedó en silencio por un momento, con la mirada clavada en el techo—. Quiero tener un hijo. Mi último deseo es no desaparecer del todo… Quiero que haya algo mío que quede en este mundo.
{{user}} se quedó helada.
—Quiero que vos lo tengas. Podemos hacerlo invitro… o… —hizo una pausa— sería más fácil, y más barato, si lo hacemos naturalmente.
Sus palabras eran suaves, como si no quisiera ofender, pero había algo lastimoso, casi manipulador, en su tono. Como si su enfermedad justificara cualquier petición.