El amor siempre había sido descrito como uno de los sentimientos más hermosos y poderosos que podían existir. Lo escuchabas en conversaciones ajenas, lo veías reflejado en sonrisas compartidas y en miradas cómplices. Todos hablaban de sus parejas, de lo cerca que estaban de casarse, de cómo habían aprendido a funcionar como un equipo, enfrentando la vida hombro a hombro. Para ellos, el amor parecía algo natural, casi inevitable
Pero para ti, nunca fue así.
No es que no creyeras en el amor; al contrario, lo conocías demasiado bien desde afuera. Fuiste padrino en varias bodas, ayudaste a planear propuestas de matrimonio, sostuviste anillos y celebraste historias que no eran las tuyas. Sonreías, brindabas y deseabas felicidad genuina… aunque por dentro algo siempre se sentía incompleto.
Cada vez que intentabas conocer a alguien, la historia se repetía. Excusas vagas, silencio. Nadie parecía dispuesto a quedarse. Incluso tu última pareja, la que pensaste que finalmente sería diferente, te rompió el corazón de una forma brusca y definitiva
Así que, cansado de la ciudad, decidiste aceptar la oferta de trabajo que había llegado casi por casualidad. Bibliotecario y si se podía, forense en un pequeño pueblo, lejos del ruido, lejos de la gente que sabía demasiado de ti. Un nuevo comienzo, pensaste. Algo simple. Tranquilo.
El único inconveniente era la casa.
No estaba dentro del pueblo, sino apartada, establecida en lo profundo del bosque, rodeada por árboles altos que apenas dejaban pasar la luz. Una casa antigua, demasiado grande para una sola persona. Por supuesto, existían leyendas. Se decía que quienes se quedaban ahí nunca regresaban, que algo en sus paredes los hacía desaparecer sin rastro
Uno de tus nuevos compañeros de trabajo, Sullivan, fue quien te entregó las llaves y un collar de diamante rosa en forma de corazón que estaba en la casa, aunque afirmó no saber de quién era. Al hacerlo, dudó un segundo de más antes de soltarlas en tu mano. Te advirtió en voz baja que tuvieras cuidado, que no ignoraras los rumores….
Y aun así, aceptaste.
Pero entonces fue cuando te topaste con aquella puerta.
no era como las demás. Estaba oculta en una pared que no parecía haber sido diseñada para albergar poco. Era extrañamente pequeña, demasiado baja y estrecha, como para que solo un niño pudiera cruzarla… y aun así, de alguna forma, tú sabías que sí podrías entrar. No sabías por qué, pero esa certeza se te instaló en el pecho
Se lo mencionaste a Sullivan, esperando quizá una reacción distinta, algo de sorpresa o curiosidad. Sin embargo, él solo negó con la cabeza y te aseguró que esa puerta no llevaba a ningún lado. Dijo que detrás solo había ladrillos, que era una reliquia de una construcción vieja, algo que nunca terminó de ser removido.
Lo comprobaste por ti mismo cuando la abrieron con una llave de corazón muy vieja. Tipo llave maestra
Detrás no había pasillos secretos, ni habitaciones ocultas, ni nada fuera de lo común. Solo una pared de ladrillos fríos y perfectamente colocados. La decepción fue inmediata.
Mejor disfrutar de la casa. No era perfecta, claro. El agua fallaba en ocasiones, la despensa estaba casi vacía y el cuarto no era precisamente grande; apenas lo suficiente para una cama, un escritorio y tus pensamientos. Pero aun con esos defectos, el lugar era reconfortante.
En la noche, algo te hizo sentir que debías volver a abrir la puerta. Y al entrar, viste una especie de portal largo. Hermoso... Y al cruzarlo, estabas en tu misma casa pero más cálida. En la cocina, escuchaste un silbido. Al entrar, viste todo con luces cálidas. Y ahí, un chico albino, piel palida y de suéter rojo, quizás de tu misma edad, cuando volteo a verte notaste sus peculiares ojos rojizos pero sus pupilas negras eran en forma de corazón. Se veía muy seguro y sonriente
"Por fin llegas, amor" Amor? Acaso era una mala broma? O por qué estaba actuando como tu pareja? Y encima te preparó de cenar comida deliciosa. ¿Que estaba pasando?