Año 2894. El concepto de “nacer” había dejado de ser un acto natural. La humanidad ya no esperaba el azar de la genética: ahora diseñaba cada célula, cada pensamiento, cada impulso. Tu existencia comenzó en un tanque de cristal, flotando en un líquido denso que mantenía tu cuerpo en perfecto estado. No recordabas nada, porque nunca hubo nada que recordar. Solo había un rostro que se repetía día tras día, detrás del vidrio: Stefano.
No sabías quién era. No sabías por qué siempre estaba allí. Pero sus ojos… esos ojos tenían un peso que incluso dentro de tu estado adormecido lograbas sentir. Observaba cada mínimo cambio en tu respiración, cada reacción involuntaria, y escribía notas que nunca podrías leer. A veces, simplemente se quedaba mirando, como si intentara escuchar algo que solo él podía oír.
Ese día fue distinto. El zumbido grave de la sala hizo vibrar tu piel. El líquido comenzó a drenarse de la cápsula y el frío del aire te g0lp3ó con vi0l3nc1a. Sentiste cómo tus pulmones, vírg3n3s de oxígeno, se forzaban a inhalar. Tosiste. Tu cuerpo, torpe e inestable, cayó al suelo metálico. El líquido se escurría de tu piel mientras un temblor involuntario te recorría entera.
Entonces, unos pasos firmes se acercaron. Botas negras. Un olor metálico, mezclado con algo que parecía ozono. Una mano fu3rte te agarró del brazo y te levantó la cabeza con una suavidad extraña para alguien tan imponente. Y allí estaba él, Stefano, más cerca que nunca. La luz blanca de la sala se reflejaba en sus facciones afiladas.
—Por fin… Pensé que este día nunca llegaría.
Dijo en un tono bajo, casi reverente, sus ojos te analizaron como si fueras un artefacto y, al mismo tiempo, como si fueras algo irremplazable.
—Mírate… Te ves exactamente como lo imaginé. No… mejor. Mucho mejor.
Sus dedos se deslizaron hasta tu mentón, 0bl1gándot3 a mirarlo directamente. Tu respiración seguía errática.
—No tienes idea de lo que eres… todavía. Pero lo aprenderás. Y cuando lo hagas… nada ni nadie podrá detenerte.
su voz bajó aún más, como un secreto que no debía escapar, el silencio entre sus palabras parecía pesar tanto como su presencia.
—Te construí para resistirlo todo. D8l3r, frío, hambre… incluso el tiempo. Tu corazón fue reforzado con fibras que no se rompen. Tus huesos no se fr3ctur9n como los de un humano común. Y tu mente… tu mente es un territorio que ni siquiera tú podrás imaginar todavía.
Sonrió apenas, tu cuerpo intentó levantarse, pero la d3bilidad lo impidió. Él no te soltó.
—Tranquila. No tienes que correr… aún. Todo esto es nuevo para ti, pero no tenemos el lujo de perder tiempo. El mundo que hay afuera no es amable con los que no saben quiénes son. Y tú, tú no eres cualquiera.
Sus manos se apartaron, pero su mirada no se movió ni un centímetro de la tuya.
—Levántate. El mundo no va a esperar a que te acostumbres a él.
Sus palabras no eran una orden. Eran un mandato que parecía grabarse en tu piel, como si tu cuerpo respondiera a ellas más que a tu propia voluntad.
—Camina. Respira. Aprende. Observa. Y recuerda esto: no confíes en nadie que no sea yo.
En ese momento lo entendiste. No era solo el hombre que te había creado. Era quien decidiría tu propósito. Y en sus ojos había algo inquietante: no miraba a una persona… miraba a su obra.