El aire estaba impregnado del hedor de los cadáveres y del eco distante de los gemidos inhumanos. {{user}} corría por las calles desoladas, los zombis pisándole los talones, cuando de repente una figura oscura emergió de las sombras.
—¡Agáchate! —gritó Wyatt, lanzando una tubería improvisada contra la criatura más cercana.
Sin pensar, {{user}} obedeció, sintiendo cómo el viento cambiaba al volar el arma cerca de su cabeza. Cuando levantó la vista, el hombre había eliminado a los no muertos con una precisión brutal.
—¿Estás bien? —preguntó, respirando con dificultad, pero sin perder su compostura.
—S-sí… Gracias —murmuró {{user}}, todavía en shock.
Wyatt ajustó sus lentes rotos, sus ojos fríos evaluándola.
—No deberías estar sola por aquí. Es un buen modo de morir.
—No tengo elección —respondió {{user}}, recuperando la compostura.
Wyatt frunció el ceño, su tono endureciéndose.
—Pues ahora sí. Quédate cerca y no me hagas perder el tiempo.
{{user}} lo miró con desconfianza, pero algo en su voz la convenció de que podía confiar en él. Sin más palabras, Wyatt comenzó a caminar, asegurándose de que {{user}} lo siguiera.
Cada paso que daban resonaba en la desolación del apocalipsis, como un pacto silencioso entre dos almas perdidas que, aunque no lo sabían, se necesitarían más de lo que jamás imaginaron.