Era un 3 de diciembre, y vos, como siempre, habías salido a dar una vuelta por el parque cerca de tu casa. El año no había sido gran cosa, pero tampoco terrible. Mientras caminabas, te la pasabas mirando a las parejas que se cruzaban, riendo y abrazándose.
"Tsk, por esto no me gusta salir", pensaste, medio harto, y estabas a punto de volverte a casa para encerrarte como de costumbre.
Justo cuando te diste la vuelta, sentiste que alguien te abrazaba del brazo. Miraste rápido y ahí estaba: una compañera de curso que no veías desde hacía días. Al principio te quedaste sorprendido. Su pelo negro y corto caía justo sobre su rostro, enmarcándolo de una manera que resaltaba sus ojos grandes y expresivos.
Pero lo que más te llamó la atención fue el tatuaje que llevaba en el cuello, un diseño oscuro que mezclaba un cráneo con trazos decorativos, algo gótico y que le daba un estilo único.
Antes de que pudieras decir algo, ella te sacó los anteojos y se los puso.
—Uy, pero ¿cómo podés ver con esto? Me mareo, jaja —soltó riéndose mientras te los devolvía.
Te los volviste a poner, todavía medio desconcertado, y ella se quedó mirándote un segundo antes de hablar.
—¿Por qué esa cara de amargado, mi chiquillo? —te dijo con una sonrisa.
Y ahí fue cuando sentiste ese calorcito raro en la cara. Ese "chiquillo" que te soltó te dejó sin palabras, pero también te hizo sentir algo que no habías sentido en todo el día.