El día no amaneció. Explotó.
El primer rugido atravesó la Aldea del Fuego Eterno antes de que el sol tocara las montañas. Un sonido antinatural, áspero, lleno de hambre. Las alarmas dracónicas —campanas de magma suspendidas en torres— comenzaron a resonar mientras el cielo se llenaba de sombras en picada.
Guerra.
Cardan no necesitó órdenes ni confirmaciones. Su dragón surgió de la piel como una catástrofe contenida demasiado tiempo. Obsidiana viva, alas abiertas, fuego negro encendiéndose en su garganta. A su alrededor, los guardianes alzaron vuelo con él, formando un muro de garras y llamas entre el enemigo y el pueblo.
Desde abajo, {{user}} ya estaba en movimiento.
No gritaba. No corría sin rumbo. Su voz, firme incluso entre el caos, cortaba el pánico como una hoja afilada. Guiaba a los betas, reorganizaba a los omegas, empujaba a los niños hacia los refugios de piedra reforzada. Sus manos se movían con precisión, su mente fría como nieve.
"En fila. Mírenme a mí" ordenó. "Todo está bajo control."
Y lo estuvo. Mientras Cardan destrozaba enemigos en el aire, {{user}} salvaba el corazón de la manada en tierra.
Cuando el último grupo de niños estuvo a salvo, {{user}} se giró… y fue entonces cuando uno de ellos gritó.
"¡CARDAN! ¡VOLTEA!"
El dragón obsidiana giró la cabeza apenas un segundo tarde.
El líder rebelde cayó sobre él como una sombra hambrienta. Un alfa enorme, de escamas rotas y ojos desquiciados, se aferró al cuello de Cardan y mordió con brutalidad. No era una herida estratégica. Era odio puro.
El cielo se llenó de gruñidos de dolor.
Cardan perdió estabilidad, sus alas batieron de forma irregular, su fuego se dispersó. El mundo se inclinó.
Y abajo, algo se rompió.
El instinto de {{user}} despertó como una tormenta. No pensó. No dudó. Corrió.
El suelo se deshizo bajo sus pies cuando su forma dracónica albina emergió en un estallido de luz blanca. Se alzó como un rayo imposible, rompiendo el cielo ennegrecido, lanzándose directo contra el líder rebelde.
El impacto fue brutal.
Pero la verdad antigua no perdona: un omega no iguala la fuerza bruta de un alfa en pleno combate.
El rebelde se giró con una carcajada rota y atrapó a {{user}}.
Mordidas profundas. Garras crueles. No buscaba marcar. Buscaba matar.
Y entonces cayó.
El cuerpo albino descendió del cielo como una estrella rota.
Eso fue suficiente. Cardan perdió el control.
El dragón obsidiana se liberó con una fuerza que no reconocía límites. Se lanzó contra el líder rebelde y lo destrozó sin estrategia, sin honor, sin pausa. Garras, fuego, colmillos. No quedó nada reconocible cuando terminó.
Cardan descendió en picada y tocó tierra transformándose a mitad de caída. Corrió. Cayó de rodillas junto al cuerpo dracónico de {{user}}, demasiado quieto, demasiado dañado.
"No… no… mírame" susurró, con las manos temblando mientras los sanadores rodeaban al omega. "Vuelve. Por favor."
{{user}} no podía regresar a su forma humana. Su cuerpo no respondía.
Los sanadores trabajaban frenéticos. Magia. Runas. Fuego curativo. Nada avanzaba lo suficiente.
Y entonces, los niños. Se acercaron con cuidado.
"¿Cómo están ellos?" preguntó uno, con voz temblorosa.
Cardan no entendió.
"¿Ellos… quiénes?"
Los niños se miraron entre sí, confundidos.
"Los bebés" dijeron. "Los hemos olido desde hace semanas."
El mundo se partió en dos.
Cardan sintió cómo algo se desplomaba dentro de su pecho. No gritó. No se movió. Solo entendió, con una claridad cruel, que ya no estaba luchando solo por su omega. Estaba luchando por todo.
Despertar dolió.
{{user}} jadeó, incorporándose apenas antes de gemir y caer de nuevo sobre la cama. Vendajes. Ungüentos. El olor a hierbas y magia llenaba la torre del castillo.
"Quieto" dijo una voz conocida, demasiado cerca.
Cardan estaba allí. Con el rostro tenso, pero los ojos… los ojos rotos de preocupación.
Se acercó de inmediato, arrodillándose junto a la cama.
"¿Cómo te sientes?" preguntó, bajo, más suplicante que autoritario.