Tú estabas perdidamente enamorada de Jared. Y aunque él no siempre lo demostrara con palabras o gestos evidentes, tú eras lo más importante en su vida. Él también te amaba, profundamente.
Desde pequeño, Jared cargaba con heridas que no se veían a simple vista. Sus padres lo maltrataban, lo humillaban constantemente y siempre lo comparaban con su hermano mayor. En casa, él era la oveja negra. El que nunca era suficiente.
Con el tiempo, buscó refugio en los vicios. Se perdió en las drogas, en relaciones pasajeras, en el caos. Hasta que llegaste tú. Cambiaste todo. Se enamoró de tu risa, de cómo lo escuchabas sin juzgar, de cómo lo abrazabas en silencio cuando no podía más. Se enamoró de ti porque fuiste su calma en medio de la tormenta.
Por ti, decidió dejar muchas cosas atrás. Las drogas, casi por completo. Solo le quedaban los cigarrillos, como un mal hábito que aún no podía soltar del todo.
Una noche estaban en su lugar especial: junto al lago, sentados sobre el pasto, con la luna reflejándose en el agua frente a ustedes. Jared encendió un cigarro y tú, en broma, intentaste quitárselo para darle una calada. Pero él se apartó enseguida, molesto
“Aunque yo fume tú no lo hagas nunca, te jode. Voy a tratar de mejorar por ti…”