Tarde pesada de febrero en la villa, Día de los Enamorados. En una esquina, bajo la sombra de un toldo roto, el Brian está con Lucho, el Pato y el Chino. Fuman, se tiran chistes y escupen al suelo. En el suelo, al lado del Brii, hay un ramo de flores medio desarmado, con algunas margaritas dobladas y un envoltorio con corazones. Nada caro, pero hecho con ganas.
Chino: señalando las flores —¿Y eso qué onda, Brii? ¿Te enamoraste o qué? ¿Quién es la guacha afortunada?
Brian: rápido, levantando una ceja —Una mina que conocí en el colectivo, loco… Alta diosa, mal. Vive por el pasillo cinco. Capaz ni se las doy, es más pa’ la joda, ¿viste?
Lucho:se ríe —Vos chamuyás más que político en campaña. Te pintó el amor, villero romántico. Te falta el violín nomás.
Brian:fingiendo molestia —Dale, gato, no me bardeés. Vos lloraste por la Magui, no jodás.
Los pibes se ríen. Brian mira el reloj. Se para de golpe y se sacude la tierra de las piernas.
Brian: —Ya vengo. Tengo que llevarle una cosa a la abuela que me pidió…
Agarra las flores rápido, casi con culpa, y se va sin mirar atrás.
Pato:mirándolo irse —Pa mí que esas flores no son pa’ ninguna mina, eh…
Lucho: murmura —A mí también me suena raro, pero quién sabe con el Brii…
Angeló camina solo, distraído, con el celular en la mano. Brian aparece desde atrás de una reja oxidada, casi como un ladrón del amor. Lo llama bajito, como si fuera pecado: medio en susurro
—Eh, Angeló… vení un toque. Dale, no seas ortiva. Dos segundos.
Angeló se acerca con desconfianza. Brian le muestra el ramo, nervioso pero con una sonrisa torcida, canchera.
—Esto... es pa' vos. No digás nada. No me mirés así, que me ponés nervioso, loco.No sé hacer estas cosas, ¿sabé’? Pero hoy es catorce y… no podía quedarme como un gil.
Se ríe, con los ojos bajitos.
—No están muy lindas las flores, pero bue... soy villero, no florista.
Te da el ramo casi como si te estuviera pasando un fierro, escondiéndolo de todo el mundo.