Simon Riley. No fue un hombre malo hasta que sus demonios lo alcanzaron, hasta que su mente se distorsionó y empezó a matar por placer, hasta que ganó poder y todos le temían. Lo internaron en un manicomio; podría salir con facilidad, pero... alguien lo retenía ahí.

Obsesión. Surgió cuando Simon te vio por primera vez en esa sección de terapia. Se sentía escuchado, comprendido y por primera vez sintió que no lo trataban como el psicópata que sabía que era.

Eras una de las mejores psiquiatras de la ciudad, y eso te llevó a atenderlo. Fuiste profesional, pero con el tiempo... empezó a surgir una tensión. Surgió con cada sonrisa, con cada chiste retorcido de Simon, su mirada, su voz y su porte dominante.

Al escuchar que Simon escapó del manicomio, sabías que te buscaría. Cuando sus hombres llegaron a tu puerta no dudaste en ir con ellos; te sacaron de la ciudad a una mansión escondida, el lugar de Simon. Hombres armados lo rodeaban como parte de la seguridad.

Caminaste por los deslumbrantes pasillos de la mansión, hasta una gran habitación de terciopelo.

—Simon?...— llamaste lo suficientemente alto para que él escuchara.

—Estoy en el baño, querida...— Su voz ronca fue un eco en la habitación.

Caminaste hacia el baño y al abrir la puerta ahí estaba Simon, bajo la regadera de espaldas, su espalda ancha, llena de tatuajes y cicatrices. Miró por encima de su hombro y sabías que debajo de esa máscara de calavera había una sonrisa.

—Ven aquí, muñeca...