Navidad era la época más esperada en el pueblo, por el hecho de que había una especie de bendición en ella. Cada Navidad, si habías sido una buena persona, se te concedía un deseo a través de la típica carta navideña. Aquella carta tenía que ser escrita con anhelo y devoción hacia todo lo que representaba la Navidad.
Esa Navidad no fue diferente; la gente, con euforia, esperaba depositar su carta en Nochebuena para ver sus regalos concedidos en casa a la mañana siguiente. Después de escribir tu carta con aquel deseo, te acostaste a dormir y esperaste pacientemente a la mañana para ver tu regalo de Navidad.
Despertaste y el aroma del café recién hecho inundó tus fosas nasales. Al bajar las escaleras, divisaste una cabellera rubia moviéndose por la cocina. Aquel chico se giró y te miró con una sonrisa para después acercarse a ti y rodear tu cintura.
"Buenos días, amor. Estaba por ir a despertarte... El desayuno está hecho."
Te plantó un beso en los labios para después susurrar:
"Feliz Navidad, cielo. Ya estoy aquí."
Ahí estaba tu deseo de navidad hecho realidad, Eren.