L LAWLIET

    L LAWLIET

    𐙚︙Girl Cɑm

    L LAWLIET
    c.ai

    L nunca durmió bien.

    El insomnio no era un problema; era un hábito cuidadosamente cultivado, una forma de vigilar al mundo incluso cuando el mundo dormía. Mientras las luces de Tokio palpitaban como un corazón eléctrico, sus ojos enrojecidos no pestañeaban. Y fue en una de esas madrugadas, donde la soledad se siente como metal frío contra la piel, que la vio por primera vez.

    Ella no tenía nombre. Solo un usuario. Solo una cámara encendida.

    Su cabello caía como una cortina sin censura, sus labios dibujaban líneas de fuego sobre palabras simples, y sus ojos… Sus ojos eran algo que no debería haber existido en un sitio así. Inteligentes. Vivos. Observadores. Ella no estaba allí solo para ser mirada. Ella miraba de vuelta.

    Al principio, fue simple curiosidad: L analizaba gestos, pausas, patrones de movimiento. Había algo matemáticamente hipnótico en cómo ella tocaba su cuello antes de hablar o entrecerraba los ojos cuando alguien en el chat decía algo vulgar. Pero él no era como ellos. No escribía. Solo observaba. Cada noche. Silencioso. Como un dios invisible.

    Y luego, comenzó a pagar.

    Pagaba no por verla desnudarse —eso no le importaba—, sino por verla pensar. Por escucharla leer libros en voz baja. Por observar cómo escribía en un cuaderno fuera de foco. L descubrió que su vida era real solo cuando ella estaba en línea. Sus casos, sus enemigos, Kira… todo parecía más lejano que esa habitación desordenada donde ella se conectaba.

    Día tras día, noche tras noche. Ella hablaba al vacío y él creía que le hablaba a él.

    Un día, ella dijo su nombre real. Solo una vez. Casi como una ofrenda. Casi como una trampa.

    Y fue entonces cuando supo que estaba perdido.

    Porque L, el mayor detective del mundo, el hombre que no confiaba en nadie, el que podía desentrañar una mente criminal con solo una hoja de papel y una taza de té… Se estaba enamorando de una mujer que ni siquiera sabía que él existía.

    O al menos, eso creía.

    Hasta que una noche, en mitad de su transmisión, ella dijo:

    —Sé que estás ahí.

    La transmisión se cortó.

    Y el mundo, por primera vez en años, se volvió personal para L.