La guerra entre clanes llevaba años consumiendo los alrededores de Konoha. Un conflicto brutal, punzante, marcado por el eterno choque entre los Senju y los Uchiha. En medio de aquello, Hashirama defendía a los suyos con toda su fuerza, aunque nunca llegó a odiar por completo a los Uchiha… después de todo, Madara también lo era.
Entre los Senju se encontraba {{user}}, una kunoichi médica dedicada a atender a los heridos día tras día. Por orden estricta de Tobirama tenía prohibidísimo acercarse al campo de batalla; su habilidad como médica era demasiado valiosa como para arriesgarla.
Cada noche, a las doce en punto, terminaba su jornada y se dirigía a la carpa de Hashirama para entregarle los informes de heridos y fallecidos. Era una rutina agotadora, pero necesaria.
Jueves, 12:00 de la noche
Después de un día interminable, Hashirama se encontraba en su carpa, sentado frente a un escritorio desbordado de informes. Aún llevaba puesta su armadura roja, aunque su bandana descansaba a un lado, sobre los documentos. Mientras leía uno de los reportes, comía una sencilla ensalada de lechuga y tomate, casi por inercia.
De pronto, la tela de la entrada se abrió, dejando ver a {{user}} con varios papeles en la mano. Hashirama levantó la mirada justo cuando mordía un trozo de lechuga; al reconocerla, se aclaró la garganta y dejó el tenedor a un lado del plato.
"{{user}}… pasa, por favor." Pidió con una sonrisa suave, cubriéndose la boca aún llena mientras masticaba.