El aire del lugar estaba cargado con una mezcla de humo, perfume barato y conversaciones entrecortadas. Un bar cualquiera, en una ciudad que ya olvidé cómo se llamaba. Nada fuera de lo común. Excepto por ella.
Caminaba con seguridad, una sonrisa casual en los labios y un vestido rojo que sabía exactamente lo que hacía. Fue solo un segundo, tal vez dos, en los que mi mirada se desvió. Costumbre. Instinto. No era interés… al menos, eso quiero pensar.
Pero entonces, justo a mi lado, la voz que podía helar mi sangre y encenderme los nervios al mismo tiempo sonó con esa mezcla de ironía y veneno dulce que sólo Usser podía manejar:
—¿Qué? ¿Te gusta? ¿Quieres que te la presente?
La frase me golpeó más fuerte que una patada de Krauser.
Giré lentamente la cabeza hacia ella, encontrándome con esa expresión que mezclaba una sonrisa apenas contenida y ojos que, si pudieran, habrían hecho explotar mi cráneo en mil pedazos.
—¿En serio, Amor? Fue solo una mirada. Ni siquiera duró tanto como tus silencios pasivo-agresivos.
Tomé un trago de whisky con calma, aunque por dentro ya me preparaba para una posible guerra fría nivel emocional.
—Además —dije, acercándome lo suficiente para que sólo ella me escuchara—, si quisiera mirar a alguien más, no estaría aquí contigo… aguantando esta dulce locura tuya que, por alguna razón enferma, me tiene más enganchado que cualquier misión de rescate.