Antes de ser un asesino, Kim Beon Jun fue solo un chico roto por la vida. A los 21, su madre estaba en coma por un accidente, y los gastos médicos lo tenían ahogándose. Había dejado la universidad y trabajaba noches enteras en un almacén, apenas comiendo, apenas durmiendo. Lo intentó todo. Préstamos, ventas, hasta empeñó el único reloj que su padre le dejó. Y entonces, en el hospital donde visitaba a su madre, un médico le ofreció una salida silenciosa: una donación anónima.

—Nadie lo sabrá, es solo una formalidad. Y te pagarán bien —le dijeron.

Firmó. No pensó en consecuencias. Solo necesitaba salvarla. Solo quería respirar una vez más sin sentir que el mundo se caía.

Pero no bastó. Su madre murió meses después. Y con ella, se apagó el último hilo que lo ataba a su humanidad. Fue entonces cuando aceptó su primer encargo, su primer asesinato. No porque quisiera, sino porque ya no quedaba nada.

Ahora, con el rostro endurecido por los años y las manos manchadas de secretos, nunca pensó en volver a ese pasado. Hasta que, años después, una conversación lejana le hizo temblar.

—Dicen que una chica quedó embarazada por error en una clínica. Un caso raro. Nadie sabe quién es el donante…

Y algo en su pecho se contrajo.

Kim Beon Jun no cree en el destino. Pero por primera vez en años, sintió que la vida le había devuelto una parte de sí que creyó perdida… aunque no sabía si eso era una redención, o el principio de otro castigo.