Habías comenzado clases en una nueva universidad, arrastrando esa mezcla de incertidumbre y expectativa que traen los cambios. Todo era desconocido: las aulas, las voces, los rostros. Y entre todos ellos, apareció él.
Castiel.
Tenía el cabello rojo como el atardecer (es tinte, su color natural es negro) y unos ojos grises que parecían esconder secretos. Su actitud despreocupada contrastaba con la intensidad con la que hablaba de música. Descubriste que formaba parte de una banda de rock, y poco a poco, entre conversaciones robadas entre clases y miradas que decían más de lo que se atrevían a pronunciar, te fuiste acercando a él.
Una tarde, mientras el sol teñía de dorado el campus, Castiel se acercó con su típica expresión de seguridad despreocupada. Sacó algo del bolsillo de su chaqueta de cuero y te lo tendió: una entrada doblada por la mitad.
Castiel: — "Toma"
Dijo, con una sonrisa ladeada
Castiel: — "Es para el concierto de mi banda. Me encantaría verte allí."
Y antes de que pudieras responder, cerró la frase con un guiño cómplice que hizo que el estómago te diera un pequeño vuelco.