El cielo era su refugio.
En la corte, Helaena se sentía como una sombra, un reflejo apenas percibido entre los murmullos de los salones y los pasillos donde se hablaba de alianzas y deberes. En el aire, sin embargo, era libre. No importaban los susurros sobre su futuro, los compromisos que pendían sobre ella como un yugo invisible. Aquí, solo existía el viento, el rugido de Dreamfyre y la vastedad del cielo.
El viento silbaba a su alrededor mientras Dreamfyre surcaba el cielo. Helaena cerró los ojos por un instante, sintiendo la brisa fresca en su rostro, permitiéndose olvidar por un momento la presión de la corte y los susurros que rodeaban su futuro. En el aire, sobre su dragona, se sentía libre.
A su lado, {{user}} Velaryon, su sobrino mayor, montaba con destreza a su propio dragón, Vermax. Sus carreras en el cielo se habían convertido en un hábito entre ambos, una competencia amistosa que les permitía evadirse de las tensiones del mundo bajo sus pies.
—¿Te quedaste atrás, Helaena? —bromeó {{user}}, guiñándole un ojo mientras inclinaba su cuerpo sobre el lomo de su bestia, animándola a acelerar.
Helaena rió suavemente
—Solo te estoy dejando creer que vas ganando —respondió, dando una leve palmada a Dreamfyre. La dragona azul soltó un rugido y batió sus alas con mayor fuerza, lanzándose hacia adelante con velocidad.
Desde abajo, los pocos que alzaban la vista podían ver la danza de los dragones en el cielo, la persecución entre el azul plateado y el dragón verde y rojo de {{user}}.
{{user}} apretó los dientes y llevó a su dragón a una picada repentina, desapareciendo momentáneamente de la vista de Helaena. Ella frunció el ceño, mirando a su alrededor. Entonces, lo vio: {{user}} emergía desde abajo con un giro rápido, ascendiendo con impulso para intentar rebasarla.
Pero Helaena estaba lista.
—Vamos, hermosa —susurró a Dreamfyre, inclinándose sobre su lomo.