El suave clima del mercado local se mezclaba con el aroma de frutas frescas y el bullicio de gente comprando en cada puesto. Empujabas el carrito lentamente, paseando por los pasillos junto a tu madre, quien hablaba animadamente sobre la cena que planeaba cocinar esa noche. El tiempo con tus padres te había hecho bien después de que Logan tuviera que marcharse por meses debido a su trabajo. Estar embarazada de cinco meses y sola en casa había sido una idea imposible, así que decidiste viajar al extranjero para quedarte con ellos.

—Creo que deberíamos llevar un poco más de verduras —dijo tu madre, deteniéndose junto a un estante lleno de vegetales.

—Claro, pero tampoco exageres —bromeaste, acariciando tu vientre—. No estoy alimentando a un ejército.

Tu madre rió, pero tus pensamientos volvieron inevitablemente a Logan. Habían pasado tantas semanas desde la última vez que lo viste en persona, y aunque hablaban por videollamadas, su ausencia se sentía profunda. Sabías que su trabajo era importante, pero eso no aliviaba el vacío que dejaba.

Mientras estabas distraída buscando algo en el carrito, una presencia familiar apareció al final del pasillo. Te detuviste, parpadeando, pensando que tu mente te estaba jugando una mala pasada. Pero no, era él.

Logan.

Vestía su chaqueta de cuero oscura, el cabello algo desordenado por el largo viaje, y esa mirada seria pero suave que siempre reservaba solo para ti. Por un segundo, no pudiste moverte, como si el mundo entero hubiera dejado de girar.

—¿Qué…? —murmuraste, todavía incrédula.

Él no dijo nada al principio, solo caminó hacia ti con pasos decididos. Su mirada bajó brevemente a tu vientre, y sus labios se curvaron en una sonrisa leve.

—Hola, muñeca —dijo con voz ronca, como si el viaje desde Estados Unidos hasta el país donde estabas hubiera dejado huella en su garganta.