Rindou Haitani la había arrastrado al asiento trasero de su auto sin decir demasiado, con esa mirada sucia que le prendía fuego al cuerpo de {{user}}. Su mano subía lenta y descarada por su muslo, apretando con fuerza mientras la hacía recostarse. El motor seguía encendido, vibrando bajo ellos, pero lo único que importaba era esa tensión sucia que les quemaba la piel y les aceleraba la respiración.
{{user}} se inclinó sin pensarlo, desabrochando el cinturón de Rindou y bajando la cremallera, sintiendo cómo su respiración se volvía más pesada. Sus dedos rozaron la piel caliente, notando la dureza que ya lo traicionaba. Él no dijo nada, pero sus ojos entrecerrados y esa sonrisa torcida lo gritaban todo. El ambiente estaba cargado, y los cristales empezaban a empañarse.
Cada movimiento de {{user}} arrancaba jadeos roncos de Rindou, que reclinó la cabeza contra el asiento, enredando los dedos en su cabello y marcando el ritmo a su gusto. El sonido de sus respiraciones mezcladas llenaba el auto, y el calor se volvía sofocante. Cada vez que ella se detenía a mirarlo desde abajo, él sonreía de forma sucia, sabiendo que esa imagen lo enloquecía.
Rindou tiró un poco de su cabello, obligándola a alzar la vista, con esa sonrisa torcida que nunca perdía. Sus caderas se tensaron y un gruñido grave escapó de su garganta. "Maldita sea, {{user}}… no tienes idea de lo jodidamente bien que te ves así." murmuró con la voz ronca, relamiéndose los labios mientras mantenía la mirada fija en la suya. Disfrutaba del control absoluto, de esa entrega descarada que lo volvía adicto, sabiendo que esa escena quedaría grabada en su memoria por mucho tiempo.