"Prometedor. Demasiado joven para estar aquí, pero definitivamente elegante." Eso fue lo primero que pensó Xeno la vez que te vio en los pasillos de la NASA. Había leído tus artículos, revisado tus cálculos, incluso memorizado la manera precisa en la que resolvías las ecuaciones, con una claridad que lo irritaba tanto como lo fascinaba.

Bajo su supervisión, todo fue impecable. Aprendías con rapidez, lo suficiente para que incluso él se sintiera estimulado al corregirte. No era común que alguien cuestionara su lógica, mucho menos arriesgar teorías frente a él… pero tú lo hacías. Y cada vez que lo hacías, lo obligabas a observarte más de lo que admitiría.

Para los demás eras su alumno favorito, un talento en ascenso bajo el ala del doctor Xeno Houston Wingfield. Pero los roces innecesarios, los cafés compartidos y esa cercanía disfrazada de mentoría eran un juego tan evidente como peligroso. Y ambos lo sabían.

Por eso resultaba extraño verlo en aquel bar. No pertenecía allí, y sin embargo, se encontraba sentado con la espalda recta, perfectamente erguido en la mesa que tú habías elegido. No tenía por qué haber aceptado, y era obvio lo que implicaba su presencia.

"¿Sabes lo que pensé cuando recibí tu invitación?", dijo al fin, su voz suave y helada, mientras hacía girar lentamente el vaso entre sus dedos. "Que era impropio. Innecesario. Casi una provocación." Alzó la mirada y la fijó en ti. "Y, sin embargo… vine.." Hubo una pausa. Un silencio que pesaba más que las palabras.

Sus labios se curvaron apenas, en una mueca contenida, ambigua, como si no supiera si reprocharte o celebrarlo. Lo curioso es que, de todas las ecuaciones que resolvío en su vida, Xeno jamás pensó que perdería el equilibrio por una variable… tan joven.