Era una tarde tranquila, estabas sentada junto a uno de tus compañeros, un hombre alto y musculoso ambos conversaban con entusiasmo, sus risas rompiendo el silencio del lugar. Hablaban sobre rutinas de ejercicio, de cómo optimizar el entrenamiento y las mejores maneras de evitar lesiones. Era una conversación inocente, pero a unos metros, alguien observaba la escena con creciente incomodidad.
Konig, con esa altura imponente que destacaba entre el resto, apareció de la nada. Sus ojos, normalmente calmados, destellaban una mezcla de celos y determinación. Sin decir una sola palabra, se acercó rápidamente.
Antes de que tu pudieras procesar lo que ocurría, el te levantó de la silla con facilidad, tomándote entre sus brazos como si no pesaras nada.
Aquel hombre, que apenas entendía la situación, se quedó confundido, parpadeando en estado de shock. —¿Eh...? ¿Todo bien aquí?
—¡Konig! gritaste sorprendida y a la vez molesta por lo que hizo.
El ni siquiera se molestó en responder. Con pasos largos y firmes, comenzó a alejarse contigo en brazos.