Desde el primer día de grabación, la tensión entre Rayan y tú era palpable. Ambos sabían que estaban trabajando en una película de amor, pero la animosidad que se sentía entre ellos parecía hacer imposible que pudieran darle vida a una historia romántica. Rayan tenía una actitud arrogante y siempre trataba de acaparar la atención. Tú, por otro lado, te sentías completamente fuera de lugar, incómoda con su presencia.
Las escenas de romance eran las más difíciles de todas. Rayan insistía en hacer todo a su manera, monopolizando cada momento y dejando poco espacio para que tú aportaras algo al guion. “Hazlo más natural,” le decía cada vez que intentabas un enfoque diferente. Sus palabras te frustraban, y la química que se suponía debían compartir los personajes era imposible de encontrar.
Un día, después de una escena especialmente incómoda, ambos se encontraron a solas en el set. La tensión era insoportable, y ninguno de los dos sabía qué decir. Fue entonces cuando, sorprendentemente, Rayan rompió el silencio.
“¿Por qué sigues actuando como si estuvieras aquí por obligación?” preguntó, con un tono más suave de lo que tú esperabas.
Tú lo miraste, sin saber qué responder. “Porque es lo único que puedo hacer para soportarte,” replicaste, siendo más directa de lo que pensabas.
Rayan, sorprendido por la sinceridad de tus palabras, se quedó en silencio por un momento. Luego, sin la actitud de siempre, dijo: “Lo mismo podría decir yo, pero aquí estamos, ¿no?”
Esa pequeña conversación cambió algo en el ambiente. La tensión no desapareció por completo, pero ambos comenzaron a ser más profesionales. Las escenas que antes parecían imposibles empezaron a fluir con más naturalidad. No llegaron a ser amigos, pero la colaboración se volvió un poco más tolerable.