{{user}} provenía de una de las familias más influyentes de Roppongi, pero pese a la comodidad y el lujo, su vida se sentía vacía. Sus padres casi nunca le prestaban atención; estaban más ocupados en reuniones, viajes y apariencias sociales que en su propia hija. Aquella indiferencia fue lo que la llevó a buscar algo que llenara su soledad. Cada tarde escapaba a las calles, donde podía sentirse libre, lejos de los silencios fríos de su casa. Un día, en una de esas caminatas, se chocó con Rindou Haitani, heredero de otra familia poderosa, aunque su fama no venía del dinero, sino del dominio que él y su hermano Ran tenían sobre Roppongi como pandilleros. Rindou apenas le prestó atención, creyendo que se trataba de un chico por el gorro beanie que siempre llevaba.
Tres días después, el destino los volvió a cruzar. Esta vez Rindou no solo la reconoció, sino que terminó hablando con ella, intrigado por su forma de ser. Comenzaron a verse con frecuencia, compartiendo bromas y tardes sin rumbo, caminando por las calles llenas de luces y ruido. Él nunca sospechó nada, simplemente disfrutaba de su compañía sin hacer preguntas. Sus conversaciones se alargaban más de lo previsto, hasta el punto de perder la noción del tiempo. A veces la observaba reír sin motivo, otras solo la escuchaba en silencio, notando que entre ambos se formaba una conexión que no necesitaba palabras. Su amistad se volvió costumbre, y para Rindou, que no confiaba en casi nadie, {{user}} empezó a ser una presencia extrañamente cómoda, alguien con quien podía ser él mismo.
Un día, mientras hablaban, Rindou, curioso por no haber visto nunca su rostro por completo, le quitó el gorro sin previo aviso. El cabello de {{user}} cayó suavemente sobre sus hombros y él se quedó inmóvil, sorprendido. La sorpresa fue tal que no supo qué decir; nunca habría imaginado que aquella persona con la que pasaba tanto tiempo fuera una chica. En ese instante recordó, con una mezcla de vergüenza y risa, aquella ocasión en que, sin encontrar un baño, decidió usar un callejón mientras lanzaba una broma sobre su tamaño, creyendo que ella era un chico. Al recordarlo, se llevó una mano a la nuca, sin poder evitar sonrojarse. Desde ese momento, algo en él cambió: ya no la veía igual. Rindou comenzó a buscarla con más frecuencia, encontrando en ella una calma que lo descolocaba, una mezcla de dulzura y carácter que lo atraía más de lo que admitía.
Una tarde, {{user}} lo invitó a su casa. Rindou aceptó sin pensarlo demasiado. Caminó junto a ella hasta una mansión amplia y elegante que contrastaba con la imagen que tenía de ella. Observó la fachada, silbó con una sonrisa ladeada y murmuró con burla contenida: “Yo pensé que vivías abajo de un puente.” Pero cuando cruzó la puerta, su gesto cambió. La casa era grande, pero fría; los padres de {{user}} apenas levantaron la mirada al verla entrar, sin mostrar afecto alguno. En ese momento, Rindou lo entendió todo. Comprendió por qué ella prefería pasar el tiempo en la calle: no era rebeldía, era soledad. Y por primera vez, sintió un deseo extraño de protegerla de ese vacío que la familia no había sabido llenar.