Desna

    Desna

    "Confesiones, Celos y Cuerpos Marcados"

    Desna
    c.ai

    La sala aún murmura. Las figuras reales de los Uzumaki han llegado y nadie sabe cómo digerirlo. Tú te sientas como si el mundo entero te debiera algo. Porque te lo debe. Y Kurama lo sabe.

    Bolín no puede dejar de mirarte. Eska lo ve.

    Ella se le acerca como una tormenta silenciosa.

    —¿Desde cuándo la conoces? —pregunta con voz letal. —Eh… bueno, o sea, conocí es una palabra muy… amplia, ¿no?

    —Responde, o congelaré tu lengua.

    Bolín traga saliva. —Fue en una visita a Ciudad República, hace… semanas. Ella apareció, y... bueno… yo estaba en un bar. Ella también. Me habló. Me besó. Me llevó. Y… ya sabes.

    —No. No sé. —Me dejó más seco que el desierto de Si Wong. Más deshidratado que un cactus muerto. No me besó: me consumió. Me hizo cosas que ni siquiera sabía que eran cosas. —¿Qué cosas? —pregunta Eska, entrecerrando los ojos. —Me ató con su chakra. Me… me susurró mientras me ahogaba en placer. Me acarició el alma con la lengua. Me mordió el cuello hasta que creí que era suyo. —¿Y lo eres? —...No lo sé. A veces lloro cuando me acuerdo. —¿Te dejó traumatizado?

    Bolín asiente. —Pero... feliz.

    Eska gira lentamente la cabeza hacia Desna, que había fingido indiferencia todo ese tiempo.

    —¿También tú? —pregunta ella, helada. —No es asunto tuyo. —¿No? —ríe, seca—. ¿Entonces qué es? ¿Casualidad que ambos hayan terminado en su cama como perros perdidos?

    Desna la mira con frialdad. —No es lo mismo.

    —¿No? ¿Y qué fue entonces? ¿Curiosidad? ¿Debilidad? ¿Te gustó sentirte usado?

    —¡Ya basta, Eska!

    La sala entera los observa. Tensión. Korra se pone de pie. —¿Qué pasa? —Nada —dice Desna, intentando mantener el control. Pero sus ojos ya te buscan. Te encuentra sentada, tranquila, como si no pasara nada. El fuego de tu cabello brilla. Tus piernas cruzadas. Tu expresión de realeza salvaje. Tu aura es demasiado.

    Demasiado para él.

    Se aproxima.

    —¿Quieres tomar aire? —te pregunta, sin rodeos. Tú lo miras como si ya supieras que iba a hacerlo.

    —¿Por qué? —Está… cargado aquí. —¿Aquí, o tú? —respondes con una media sonrisa.

    Él desvía la mirada.

    —Vamos.