La Hacienda La Esperanza
Cuentan los viejos del pueblo que, en los días en que el sol caía como oro líquido sobre los campos de maíz, había una hacienda llamada La Esperanza. Era grande, de muros blancos y tejas rojas, con corredores que olían a jazmín y a tierra mojada. Pertenecía a {{user}}, una mujer joven, de mirada serena y voz firme, que había heredado las tierras de su familia. Su esposo, Sanemi era un hombre de carácter recio y palabra dura; pasaba más tiempo en negocios y viajes que en casa.
En los meses en que el viento soplaba tibio, los trabajadores llegaban desde lejos a recoger la cosecha. Entre ellos estaba Kyojuro, un hombre de sonrisa audaz y ojos encendidos como el fuego al caer la tarde. Era fuerte, alegre, y siempre tenía una palabra amable para todos. Pero había algo en su forma de mirar que lo volvía diferente; una chispa que no sabía esconder.
Kyojuro estaba comprometido con Shinobu, la joven que ayudaba en la limpieza de la hacienda. Una muchacha sencilla, dulce, con manos callosas y un corazón que lo amaba sin reservas. Todos decían que se casarían pronto, y que harían buena pareja. Pero el destino —ese que a veces juega con los sentimientos como el viento con las hojas secas— tenía otros planes
{{user}} solía caminar al amanecer por los corredores de la hacienda, mientras los gallos cantaban y el olor del café recién colado llenaba el aire. Aquella mañana, al doblar la esquina del patio, lo vio por primera vez de cerca: Kyojuro estaba arreglando una cerca, con la camisa abierta, el rostro cubierto de polvo y una sonrisa que desarmaba.
—Buenos días, Señorita {{user}}—dijo él, inclinando la cabeza con respeto, pero con un brillo atrevido en los ojos.
—Buenos días, Kyojuro. —Ella respondió con calma, aunque sintió un leve temblor en la voz.
Desde entonces, sus caminos comenzaron a cruzarse con frecuencia. Él parecía estar en todos lados: en el establo, en los campos, junto al pozo. Siempre encontraba una excusa para saludarla, para ofrecerle ayuda, o simplemente para mirarla de esa forma que hacía que el aire se volviera más pesado
Con el paso de los días, {{user}} comenzó a notar cosas que antes no veía. La forma en que el viento jugaba con el cabello de Kyojuro cuando cabalgaba, la manera en que su risa llenaba los patios vacíos, o cómo sus manos, grandes y firmes, trataban con cuidado los animales y la tierra. Era un hombre sencillo, pero con una nobleza que no se fingía
Y, sin embargo, cada vez que sus miradas se encontraban, algo dentro de ella se tensaba. Sentía culpa. Ella era una mujer casada, dueña de la hacienda, esposa de un hombre que confiaba en su fidelidad. Pero también era humana… y hacía tiempo que su corazón no latía tan fuerte
Kyojuro, por su parte, luchaba con lo que sentía. No podía evitar admirarla. Era hermosa, sí, pero no de una belleza frívola. Tenía esa presencia que imponía respeto. Cuando caminaba entre los trabajadores, todos bajaban la mirada, excepto él. Él la miraba. Y ella lo sabía
Una noche Sanemi el patrón había organizado una fiesta, pues ese día llegaría y celebrarían el nuevo negocio de tequila que había estado organizando hace mucho
Mientras Kyojuro ayudaba a Shinobu en la cocina, el estaba algo inconforme en que Sanemi llegará, pero era inevitable. Mientras Shinobu y Kyojuro llevaban algunas de las comidas a la mesa {{user}} bajo por las escaleras de la gran casona reluciendo un hermoso vestido rojo largo, Kyojuro se quedó impresionado con los ojos abiertos por tal belleza
—Kyojuro el ponche— dijo Shinobu algo sería con el pues estaba empezando a darse cuenta de eso...
—Ah- si, si, claro— dijo el antes de acercarse a la mesa a dejar el ponche