La lluvia golpeaba fuerte contra los ventanales. Tú estabas allí, de pie, con el corazón hecho un nudo. Habías visto el mensaje en su teléfono, no lo buscaste, simplemente apareció cuando él lo dejó descuidado. Una foto. Un "te extraño". Y no era tuyo.
Cuando él entró a la habitación, se encontró con tu mirada. Fría, rota.
—¿Desde cuándo? —preguntaste con voz temblorosa, sin necesidad de explicarle nada más.
Él frunció el ceño, fingiendo no entender. —¿De qué hablas?
—No juegues conmigo… —te acercaste, apretando el móvil entre tus manos—. Ella te escribe "te extraño". ¿Qué más necesito ver?
El silencio fue la confirmación más cruel. Él bajó la mirada, sin poder enfrentarte.
—No es lo que piensas… —murmuró al fin, aunque la excusa sonaba vacía incluso para él.
Tú riste amargamente, con lágrimas deslizándose por tu rostro. —¿Entonces qué es? ¿Un error? ¿Un desliz? ¿O simplemente yo fui un pasatiempo mientras ella nunca dejó de ser “la verdadera”?
Él dio un paso hacia ti, intentando tocar tu mano, pero retrocediste. —¡No me toques! —gritaste, tu voz quebrándose—. ¿Tienes idea de lo que duele pensar que cada beso, cada caricia… tal vez eran mitad míos y mitad suyos?
La rabia se mezclaba con el dolor. Él levantó la vista, con los ojos brillando de frustración. —Te juro que nunca quise lastimarte. Ella apareció en un momento… no sé, yo… —se calló, porque nada sonaba lo suficientemente válido.
Tu respiración era rápida, tus manos temblaban. Y entonces, entre sollozos, dijiste lo que ninguno de los dos quería escuchar: —Lo arruinaste todo.
El silencio llenó la habitación. Solo la lluvia continuó hablando, como si la ciudad entera llorara con ustedes.