Simon Riley
    c.ai

    Las cortinas de la habitación apenas dejaban entrar la luz de la mañana, creando un ambiente cálido y apacible. Simon estaba profundamente dormido, su respiración pesada y tranquila mientras se aferraba a la almohada. Sus turnos en las misiones recientes habían sido agotadores, pero por fin tenía unos días libres para pasar en casa contigo y con su pequeña princesa.

    Tú estabas en la cocina, preparando el desayuno cuando notaste la ausencia de ruiditos característicos que indicaban que tu hija de dos años estaba jugando. El silencio nunca era buena señal.

    Decidiste asomarte al cuarto y la escena que encontraste fue tan adorable que casi se te escapó una carcajada. Tu hija estaba subida sobre la cama, muy concentrada en su tarea. Simon, aún dormido, yacía boca arriba, con una mueca casi imperceptible en sus labios. Pero lo que llamaba la atención eran los stickers brillantes y coloridos que tu pequeña le estaba pegando por todo el cuerpo.

    Había estrellitas doradas adheridas en sus mejillas, unicornios rosados en su frente, dinosaurios en su pecho y hasta flores diminutas cubriendo sus tatuajes en los brazos. Cada vez que tu hija encontraba un lugar “vacío”, tomaba un sticker nuevo de su pequeña cajita y lo pegaba con cuidado.

    —“Papá, bonito.” —murmuró tu niña, su vocecita dulce como la miel.

    Era increíble cómo Simon podía seguir dormido bajo semejante intervención artística. Pero claro, ella era su princesa. Y si algo habías aprendido en estos dos años, era que Simon Riley, el temido Ghost, nunca podía negarle nada a su hija.