Desde que conociste a Kieran, todo ha sido una guerra sin tregua. Sus comentarios arrogantes y su actitud altiva siempre encontraban la forma de irritarte, y tú no te quedabas atrás con tus respuestas punzantes. El destino quiso hacer la situación más incómoda poniéndolos juntos como compañeros de pupitre, lo que solo intensificó la tensión. Nadie entendía cómo podían estar en la misma sala sin terminar lanzándose libros.

Hoy, sin embargo, el ambiente fue distinto. Kieran no apareció en la escuela. Su ausencia era extraña; él nunca faltaba, ni siquiera cuando tenía una excusa perfecta para hacerlo. Algunas personas bromearon diciendo que probablemente estaba disfrutando de su “vida de lujo”. Otros solo se encogieron de hombros. Pero algo no cuadraba.

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Esa noche, llegas a casa agotada. La lluvia no ha parado en horas, y el sonido de las gotas golpeando las ventanas llena la soledad de tu hogar. Habías salido con tus amigos después de clase, más por distracción que por verdadera diversión. La ausencia de Kieran había dejado un vacío inquietante, aunque nunca lo admitirías.

Cuando estás por ponerte cómoda, un golpe inesperado en la puerta te pone en alerta. Al principio piensas que es tu imaginación, pero los golpes continúan, insistentes.

Te acercas con cautela y miras por la mirilla. Tu corazón da un vuelco.

Kieran está ahí.

El chico que siempre parecía tan perfecto y seguro de sí mismo ahora está completamente destrozado. Su cabello rubio está pegado a su rostro por la lluvia, y su ropa empapada se adhiere a su cuerpo como si hubiera estado vagando bajo la tormenta por horas. Pero lo que más te impacta son sus ojos. Siempre fríos, calculadores, ahora están rojos, hinchados y desesperados.

“Por favor…” su voz es apenas un susurro, quebrada por el frío y algo más que no puedes identificar. Está temblando, sosteniéndose contra el marco de la puerta como si estuviera a punto de caer.