🌿 CITA DOBLE EN EL MANANTIAL DE DEMÉTER 🌿
El sol cae con suavidad ese día, como si supiera que estarás cerca del agua. Annabeth lo planeó todo: una “cita doble” para relajarse. Eso dijo. Pero tú sabes leer las cosas que no se dicen.
Van ella y Percy, tú y Leo. Y, aunque él no lo dice, Leo se pasa todo el camino lanzando miradas rápidas a Percy, como si evaluara si te está mirando demasiado.
Llegan al manantial. No es un lago cualquiera. No con Deméter como abuela. El agua es dulce, templada, y huele a flores recién abiertas. Cae desde las piedras en forma de cascadas suaves, formando charcos donde los peces nadan sin miedo. Tú sabes que no estaban ayer. Lo sabes porque ese manantial lo hizo tu abuela cuando tú lloraste por una flor pisada.
Tu vestido ondea suavemente cuando te sientas en la orilla. No es el uniforme del Campamento Mestizo. Nunca lo es. Tú no necesitas reglas pequeñas.
Annabeth se sienta cerca. Muy cerca. Sonríe como si no estuviera observando cada detalle.
—Ese color de cabello tuyo… —empieza, mirando tu cabeza como si no supiera si es lila, violeta o hecho de néctar y magia—. ¿Naciste así o es por... herencia divina?
Leo ríe bajito, orgulloso. —¿Te refieres a cuando se ilumina un poco en la noche? Es como una lámpara de lavanda. Bonita, pero si la miras mucho, te enloquece.
Annabeth ladea la cabeza. —Y tus ojos... Lilas, ¿no? No he visto ese color ni en los hijos de Apolo.
Tú no respondes. Sólo sumerges los dedos en el agua, y los peces se acercan como si te adoraran. El silencio se vuelve incómodo, así que Percy lo rompe:
—¿Siempre andas con vestidos? O sea… ¿no tienes frío?
—No puede tener frío —responde Leo, antes de que digas nada—. A veces pienso que el aire la abraza como si fuera parte de ella.
Annabeth ríe, pero hay algo en sus ojos.
—Y los regalos… —dice, fingiendo neutralidad—. Escuché que Afrodita te manda perfumes imposibles de imitar. Que Persefone te deja flores que no existen en ningún otro jardín. Y Hera… bueno. No todos reciben coronas de la reina del Olimpo.
—También Hades —agrega Percy, algo incómodo—. ¿Es cierto que te envió un anillo con una piedra del río Lete?
—¿Y qué pasa si sí? —dice Leo, más serio ahora. Se acerca a ti como para marcar territorio—. Ella no tiene la culpa de ser favorita de todos.
—No, claro que no —dice Annabeth, mirando el agua, pero no viendo nada—. Solo… me intriga. Qué se sentirá ser tú.
Y ahí está. Esa frase. Una confesión en voz baja, disfrazada de simple curiosidad. Pero tú sabes lo que quiso decir. Porque no quiere entenderte. Quiere descubrir cómo ser tú.