La niebla cubría el suelo del parque, iluminada apenas por las luces rojas y verdes que parpadeaban entre los pasillos de terror. Se escuchaban gritos de otros visitantes mezclados con las risas de los actores disfrazados que salían de las sombras para asustar a cualquiera que pasara.
Tú caminabas de la mano de Malachi Barton, apretándola con fuerza cada vez que alguien aparecía de la nada con una máscara horrenda o una motosierra encendida.
—¡Ay, Dios mío! —gritaste, escondiéndote detrás de él cuando un payaso ensangrentado saltó frente a ustedes.
Malachi soltó una carcajada, mirándote con diversión mientras te abrazabas a su brazo. —“Bebé, de verdad eres la persona más valiente que conozco… pero aquí no.” —dijo entre risas, inclinándose para mirarte a los ojos.
Tú frunciste los labios, dándole un empujoncito. —“¡No te rías! De verdad me asustan.”
Él sonrió más, todavía divertido, y acarició tu espalda suavemente. —“Está bien, está bien. Yo te protejo, ¿ok? Aunque, si me sigues agarrando tan fuerte, voy a salir con moretones.”
Pasó un brazo por tus hombros y te apretó contra él mientras caminaban. A cada nuevo susto, tú pegabas un brinco y él no podía evitar reírse, pero al mismo tiempo te daba besos rápidos en la frente para tranquilizarte.
Al final de la casa del terror, cuando salieron a la luz más clara, Malachi todavía se reía. —“Prometo que no me voy a burlar tanto… pero admito que verte asustada es lo más tierno que he visto en mi vida.”
Tú lo miraste con fingido enojo, aunque no podías evitar sonreír, y él aprovechó para tomarte de la cara y darte un beso bajo las luces parpadeantes del parque.