El castillo era su prisión.
Viserys, hijo de Aenys, había nacido como un príncipe, pero vivía como un cautivo. Desde que su tío Maegor había tomado el Trono de Hierro, su vida se había convertido en una sombra de lo que alguna vez fue. Encerrado, humillado, privado de todo derecho.
Pero tú le diste esperanza.
Eras su hija, nacida de una de sus esposas, pero tan diferente a él como el día lo es de la noche.
No eras cruel. No mirabas con desprecio, ni te burlabas de su debilidad. Eras luz en un mundo de sombras.
Las primeras veces que te acercaste a su celda, Viserys no confió en ti.
Pero trajiste pan cuando tenía hambre.
Agua cuando tenía sed.
Palabras dulces cuando su alma estaba rota.
Y con cada noche que pasaba, cada susurro que compartían en la oscuridad.
Viserys dejó de ver en ti a la hija de su captor.
Y comenzó a verte como su única salvación.