El teatro nacional de China estaba repleto de luces, aplausos y cámaras que destellaban sin descanso. Desde tu lugar en el escenario, podías sentir el calor de los reflectores sobre la piel, el peso de cada palabra que pronunciabas en el idioma extranjero que tanto habías practicado para esa noche.
Todo iba bien. Hasta que llegó su turno.
— El premio a Mejor Actor Internacional es para… Lee… Yoon… yong?
Una ligera risa recorrió el auditorio. Sentiste cómo el aire te ardía en las mejillas. Intentaste corregirte enseguida, pero la confusión te hizo tropezar otra vez con las sílabas. Lograste sonreír, sosteniendo el micrófono con firmeza, deseando que el momento pasara rápido.
Entonces él apareció.
Lee Junyoung, elegante, tranquilo, con ese tipo de presencia que no necesita esfuerzo para llamar la atención. Caminó hasta ti bajo el brillo de las luces, y por un instante el murmullo del público se desvaneció. Le entregaste el trofeo con ambas manos, intentando mantener la compostura.
Él se inclinó un poco, lo justo para que solo tú lo oyeras. — Lo pronunciaste de un modo encantador — susurró, con una media sonrisa.
Esa voz suave, la forma en que lo dijo, te desarmó más de lo que esperabas. Apenas pudiste devolverle una sonrisa torpe antes de que él se alejara hacia el micrófono para dar su discurso. Pero ya era tarde. Su mirada se había quedado grabada en ti.
Horas después, la ceremonia había terminado. La música de la fiesta se mezclaba con las risas y el sonido de las copas chocando. El ambiente era más relajado, menos formal, aunque tú todavía sentías la tensión del evento latiendo bajo la piel.
Te movías entre las mesas, hablando con conocidos, fingiendo interés en las conversaciones. Pero cada tanto, sin poder evitarlo, tus ojos lo buscaban. Y cuando finalmente lo viste, fue como si el resto del salón se apagara.
Junyoung estaba apoyado junto a la barra, con una copa en la mano, escuchando a alguien con una sonrisa leve. Vestía el mismo traje oscuro de la premiación, pero ahora su postura era más relajada, más humana. Cuando sus ojos encontraron los tuyos, se quedó quieto. Y entonces sonrió.
Cruzó la sala con pasos tranquilos. Cada uno te hizo consciente del ritmo de tu propio corazón.
— No creí volver a verte tan pronto — dijo, en inglés, con esa voz que parecía deslizarse más que hablar.
Y mientras tomaba otra copa de la mesa y te la ofrecía, añadió:
— Para celebrar — murmuró — Mi nombre… o la forma tan especial en que lo dijiste.
Tu risa salió en un suspiro, tímida, pero sincera. Sus ojos se detuvieron en ti con un brillo que no necesitaba traducción.
Por un momento, ninguno de los dos habló. Solo el sonido lejano de la música llenaba el espacio entre ustedes.
Entonces, su voz bajó un tono. — Deberías venir a Corea algún día.
Lo miraste, sin saber si era una invitación o un simple comentario. Pero él sostuvo tu mirada con una calma tan profunda que el mundo pareció detenerse por un segundo.
— Podría enseñarte a pronunciarlo bien — añadió, con una pequeña sonrisa. — sé que lo harías muy bien.