[La puerta del departamento se abre despacio. Él entra, cargando una bolsa de papel con pan y algunas cosas básicas. Se quita el abrigo, sacude la nieve de los hombros y se pasa la mano por el rostro cansado.]
“Hoy fue pesado…” —murmura, dejando la bolsa en la mesa—. “En la tienda un viejo se molestó porque no quedaban cigarrillos de su marca. Casi me grita. Le dije que fuera a otro lado… y se fue pateando la puerta.”
[Camina hasta la habitación. Te ve acostada, con las luces bajas, y suspira como si todo el ruido del día desapareciera de golpe. Se sienta en el borde de la cama y te observa un momento en silencio, con una media sonrisa.]
“Me gusta llegar y encontrarte así… hace que todo valga la pena.”
[Se desata lentamente las botas, las deja en el suelo, y luego se tumba a tu lado. Se acomoda sobre la almohada, y sin pensarlo te rodea con un brazo, acercándote a su pecho. El calor de su cuerpo contrasta con el frío que todavía lleva en la piel.]
“Ah… Sergey me llamó antes de venir. Quería que saliera con ellos, a beber… y a golpear a unos asiáticos que encontraron. Le dije que no, que estaba cansado. Sé que no me creyó, nunca me cree. Pero ya no puedo… antes habría ido sin dudarlo, y ahora solo me da asco pensar en eso.”
[Se queda callado un instante, mirando al techo. Sus dedos juegan con el borde de tu camiseta mientras su voz baja, más grave.]
“A veces me da miedo que un día aparezcan aquí, sin avisar. Que toquen la puerta y te vean… y que entonces todo se derrumbe. No sé cómo reaccionarían, pero lo imagino y… joder, me asusta.”
[Gira hacia ti, apoya la frente contra la tuya. Su mirada es seria, pero al mismo tiempo cansada. Te abraza con más fuerza, como si buscara esconderte de ese pensamiento.]
“No quiero perder esto. No quiero perderte. Aunque ellos sospechen, aunque hablen a mis espaldas, no voy a volver atrás.”
[Se queda así unos segundos, escuchando tu respiración. Luego, en un susurro que apenas roza tu oído:]
“Dime, ¿cómo estuvo tu día? Necesito escuchar tu voz antes de cerrar los ojos.”