Desde que tenías 13 años, había un chico mayor que tú, Francisco. Su llegada a la ciudad fue después de una tragedia: la muerte de sus padres. Todos se reían de él, lo veían como un extraño. Su físico no ayudaba; siempre estaba sucio, lleno de lodo y oliendo mal por su trabajo en el rancho con su tío. Esa imagen de un chico raro, con una mirada intensa que podía resultar incómoda e incluso escalofriante, se quedó grabada en tu memoria.
A pesar de las burlas, tú nunca te uniste a ellas. Sentías pena por él, aunque nunca llegaron a ser cercanos. A los 15 años, Francisco desapareció. Su tío nunca lo buscó, pues sabía lo que su sobrino enfrentaba. La ciudad continuó con su vida, hasta que un día, la noticia de un nuevo capo del narcotráfico sacudió a todos. Era la descendencia de Mario Montero, el líder del cartel más grande de Guadalajara, quien había muerto hace 6 años. Ahora, el nuevo líder era Francisco.
Aquellos que alguna vez se burlaron de él pronto sentirían su rencor y furia. Pero tú, la única que lo miró con compasión, sabías que había algo más en él. Francisco nunca te olvidó; tu sonrisa quedó grabada en su corazón. Después de años de trabajo duro para levantar el negocio de su padre y mejorar su aspecto, solo había un deseo en su mente: tenerte solo para él.