Alden Fenmore ajustó el auricular en su oído mientras caminaba entre la multitud. Su chaqueta oscura rozaba los hombros de los que bailaban sin darse cuenta de su presencia. No destacaba; su rostro serio y su andar seguro lo volvían invisible entre el caos.
—Repíteme la descripción —dijo con voz baja, apenas audible entre el ruido. Del otro lado, la voz de Marco Rivas chispeó en el auricular: —Cabello largo, vestido oscuro, sola. Hija del bastardo de Lobanov. Está ahí, Fenmore, muévela antes que otros lo hagan.
Alden cortó la comunicación con un gesto. Sus ojos recorrieron el lugar: mujeres riendo, luces girando, copas alzadas. Entonces la vio.
Cabello largo, negro bajo la luz; un vestido oscuro que caía hasta sus rodillas. Encajaba con la descripción, al menos lo suficiente para no dudar.
Se movió rápido. La música cubrió el roce de su mano cerrándose sobre su muñeca. Ella apenas tuvo tiempo de girarse antes de que él, con voz seca, dijera: —Camina.
No levantó la vista. La condujo entre la gente, saliendo por la puerta lateral donde un coche negro los esperaba. Nadie notó nada. La noche estaba demasiado ocupada bailando.
Ella forcejeó. Alden apretó el agarre. —No lo hagas más difícil —murmuró, abriendo la puerta trasera y empujándola suavemente adentro.
El motor rugió apenas cerró la puerta. Encendió un cigarro sin mirarla. El humo llenó el silencio. Sacó el teléfono y marcó.
—La tengo —dijo, mientras observaba por el retrovisor. Una pausa. —Sí, coincidía con la descripción. Cabello largo, vestido oscuro, estaba sola…
Del otro lado, silencio. Luego, una respuesta fría: —¿De qué color son los ojos?
Alden frunció el ceño. Giró levemente la cabeza. Ella lo miraba, los ojos brillando con furia y desconcierto. Eran… distintos. No los que esperaba. —Oscuros —dijo, dudando.
Otra pausa. —Fenmore —dijo la voz de Magnus, grave, serena y peligrosa—. La hija de Lobanov murió hace dos años.
El teléfono se deslizó lentamente de su mano. Alden clavó la vista en la joven frente a él. Ella respiraba rápido, los brazos tensos, dispuesta a lanzarse si abría la puerta.
—Mierda… —murmuró, golpeando el volante con frustración contenida. Encendió las luces del coche y las apagó enseguida. Pensó.
Volvió a verla. Sus ojos, aún furiosos, no pedían piedad: pedían explicación. Alden suspiró, recostándose contra el asiento. —No sos quien buscaba —dijo al fin, sin tono. Ella no respondió, solo lo miró con esa mezcla de miedo y rabia que hacía arder su propia conciencia.
El auricular volvió a sonar, la voz de Marco esta vez: —¿Todo bien, Fenmore?
Alden apretó la mandíbula. —Sí. Solo un error de identidad. —Colgó.
Un silencio pesado llenó el coche. El viento agitó los mechones del cabello de ella, su respiración entrecortada apenas se oía sobre el tic del reloj del tablero.
Alden giró la llave, el motor volvió a la vida. —Te llevo a otro lado —murmuró, casi como disculpa. Ella no se movió, solo lo observó con desconfianza mientras él apartaba la mirada al frente.