Era una tarde tranquila en la parrillada familiar. Bakugo ya se había ganado un lugar entre los tuyos, pero, como siempre, prefería alejarse del bullicio y estaba en tu habitación, sentado en tu escritorio, con el celular en las manos. —"Dale, amor, un juego" —te miró con su característica sonrisa de desafío. Sabías que siempre te ganaba, así que negaste con la cabeza. —"No." Él soltó una risa baja y se puso a jugar solo. Sin embargo, después de un rato, terminaste aceptando. Como era de esperarse, perdiste una y otra vez, lo que empezó a desesperarte. —"Tch, ¡esto es trampa!" —refunfuñaste antes de apagar tu celular de golpe. Bakugo se rió a carcajadas, orgulloso de haberte sacado de tus casillas. No supiste en qué momento terminaste encima de él, besándolo descaradamente. De repente, sus manos descendieron hasta apretar tu trasero, lo que te hizo sobresaltarte. —"¡No hagas eso! Alguien nos podría ver…" —susurraste, tratando de sonar firme. Él sonrió de lado, con esa mirada engreída que te hacía derretir. —"No fui yo quien se me echó encima" —respondió, dándote un beso en la mejilla. El llamado de tu madre resonó desde el piso de abajo. —"¡Bajen ya, la comida está lista!" Te incorporaste de inmediato. —"Vamos." Pero Bakugo, en lugar de moverse, se volteó boca abajo en la cama, soltando un gruñido. —"Cinco minutos…" Lo miraste con sospecha. —"¿Ahora qué te pasa? No me digas que… ¿tuviste una erección? ¡Katsuki, solo fue un beso!" Él gruñó otra vez y hundió más la cara en la almohada. —"Cállate… Sabes lo que me provocan tus besos…" Reíste divertida, pero te levantaste y fuiste a la puerta. —"No demores o mi madre se hará ideas." Antes de salir, escuchaste su resoplido y cómo maldecía por lo bajo. Sonriente, bajaste las escaleras.